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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Sin Hernández, sin Saer y sin Gelman


Del libro Perdido en la ciénaga
Graciana Petrone

De una vez por todas decidiste despegar del ostracismo en el que estabas recluido. El calor sofocante del verano te hace sudar pero ni las gotas de agua que se te forman sobre la frente hacen que desaparezca ese misterio en tu mirada. Si lo que intentás decirme con los ojos pudiera traducirse en palabras, seguro resultaría un discurso incongruente. En cambio, tratás de mitigar el silencio entre los dos diciendo que el tiempo seguirá así por unos cuantos días, que lo leíste en el informe meteorológico del diario. Es cierto, este verano descargó toda su furia. Para colmo, tenés la costumbre de tener las ventanas de la cocina cerradas de noche y también de día. Decís que es por seguridad y porque durante la tarde el sol pega de lleno y esa especie de reclutamiento mantiene la casa un poco más fresca. Pero el hecho de que no entre la luz, de verdad me incomoda. El ambiente de tu departamento es asfixiante. Siempre lo sentí así, lúgubre y carcelario desde la primera noche que pasamos juntos.
El tiempo se acorta. No sé si seguir callada o hablar sobre si se equivocaràn una vez màs los del servicio meteorológico.
Desayunamos, te miro y percibo. Siento que elegiste un camino en el que decidiste no incluirme. Me preguntàs por cuarta vez si quiero que me calientes el café y te contestó que sí moviendo la cabeza. No perdés tiempo, te paràs y ponés la taza en el microondas. Siempre fuiste todo un caballero, eso no tiene lugar a discusión. Me volvés a dar la taza de café que ahora sí está caliente, decís que soy especial y que conmigo descubriste cosas sorprendentes.
Mientras hablàs miro tu boca y pienso en la noche anterior, hace unas horas y en que me gusta besarte. Quisiera que dejes de hablar pero sé que el momento llegarà. Sólo es cuestión de segundos.
Palabras criminales. Pensar que fue tu voz la que me hizo verte de una manera especial. Hace dos años, en el subsuelo de un bar, la escuché por primera vez cuando subiste a un escenario precario para leer poemas de tu último libro. No me acuerdo muy bien del título pero los versos eran comprometidos. Cuando hablaste, un frío me subió por la espalda y como me conozco demasiado, eso me decía que en algún momento nos cruzaríamos.
Esa tarde hasta imaginé cómo sería nuestro primer encuentro: si yo acercàndome hacia vos, con ínfulas de mujer fatal o adoptando un aire distraído hasta que notaras mi presencia. Pero no pasó de ninguna de las dos maneras, lo que da igual. Ya no vale la pena recordar cómo fue.
Le doy el primer sorbo al café que calentaste. Sigo esperando el momento en que empieces a hablar y me digas, lo de siempre, que no cubro tus expectativas, que la diferencia de edad es un elemento separador o que apareció otra mujer, aunque lo último me resulta un tanto contradictorio porque jamàs se me cruzaría por la cabeza tener una relación estable con un tipo como vos. Lo que me sedujo fue la posibilidad de descubrirte, de desnudarte y que esa voz, que me produjo sensaciones extrañas dos años atràs, me dijeran palabras obscenas al oído mientras hacíamos el amor. Tampoco pasó. Mis fantasías no encajaron con tu perfil. En cambio, me propusiste compartir a Miguel Hernàndez, a Saer y me mostraste a un Gelman arrasado por el dolor.
Mientras terminás tu café por fin me contás que en dos semanas albergarás a una estudiante extranjera que conociste por chat. Me preguntás si estoy bien, repetís que no querés dañarme, que soy especial y que aunque suene descabellado y caradura querés continuar nuestra relación cuando ella regrese a su país. Lo primero que se me ocurre decirte es que no voy a poder soportarlo, que sólo voy a poder estar con vos cuando no tenga sentimientos tan fuertes como los que tengo en este momento. Pero es mentira, un discurso repentino y completamente falso porque lo afectivo no me perturba en lo más mínimo. Lo que en realidad me seduce es la idea de que cuando vuelvas del impulso calavera que no tuviste en los últimos veinte años me cuentes al oído, sin obviar ningún detalle, cómo le hiciste el amor, sin Hernández, sin Saer y sin Gelman.

2 comentarios:

  1. Madurez puesta a prueba? O el modernismo inmaduro de los sentimientos que engendramos en las últimas dos décadas?
    Igualmente me encantó la ternura con la que describís tu rudeza; o la de ella.
    Luciano

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  2. Me atraparon tus cuentos y tu manera de escribir, continua así..

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