Me visitan

domingo, 10 de noviembre de 2013

Rafael Ielpi reeditó su primer libro de poemas luego de casi 50 años

Graciana Petrone

Dice el autor: “Que nuestro vicio absoluto sea ese: la despiadada lucha sin tregua”.




Volver al primer amor y a la escritura inicial fueron algunos de los motivos que llevaron a Rafael Ielpi a reeditar su poemario “El vicio absoluto”, que vio la luz en 1966 con el sello Biblioteca Popular Constancio C. Vigil. Hoy, la obra está nuevamente en las librerías de Rosario, aunque con un plus: fue presentada en el marco del Festival Internacional de Poesía, realizado a fines de septiembre en la ciudad, ocasión en la que también el autor recibió un homenaje por parte de sus colegas y seguidores. “Fue una especie de gran conmoción interna, un derechazo adicional que me pegaron”, dirá después el narrador, historiador y poeta, que además se confiesa “renuente a las efusiones líricas y afectuosas”.

— ¿Los escritores tienden a olvidar su primer libro en vez de rescatarlo?
— Hay ejemplos históricos de escritores que denostan su primer libro o descreen de su primer libro. No es mi caso, no es que digo que no lo hubiera vuelto a escribir sino que, con el paso del tiempo yo pensé que era muy primerizo y quizás no tuve noción real si tenía valor o no ese corpus poético que yo había publicado. Además, incluía algunos poemas que hice cuando tenía 19 años.

— ¿Qué cambios tuvo su poesía a partir de ese primer libro?
— Me fui olvidando un poco de ese primer libro y mi poesía fue derivando hacia otra cosa, mucho más narrativa. Algunos dicen que era más interesante aquella poesía más contenida y sintética de mi primer libro (risas), después me dediqué a una poesía más pro prosística, como lo que alguna vez hizo Saer. En esa búsqueda me olvidé de mi primer libro. Ahora, verlo reeditado, incluso por impulso de mucha gente que me dijo que valía la pena hacerlo, para mí fue una especie de gran conmoción interna porque yo hacía muchos años que no escribía poesía y en el último año volví a escribir y me di cuenta entonces que ese primer libro tuvo gran valor para mí.

— ¿Qué opina acerca de lo que se habla hoy acerca de que El vicio absoluto sentó de alguna manera las bases de la poesía actual en la ciudad?
— La reedición y un homenaje, coincidentemente con el festival de poesía es otro derechazo adicional que me pegaron. Soy muy renuente a las efusiones líricas y afectuosas también (risas), pero me pareció muy importante. Eso de que hay una generación posterior que se ve reflejada o antecedida en ese libro es también muy importante. Los voy a nombrar porque son poetas que yo quiero y valoro como Eduardo Danna, Hugo Diz, Jorge Isaías, Jorge Ibañez, Oscar Piccione, que son contemporáneos e incluso un poco más jóvenes tal vez.

— ¿Con qué debe contar una buena poesía?
— Siempre peleé porque la poesía no dejara de lado cierto lado coloquial, aunque no es el caso de El vicio absoluto que es un tanto más ceñido, pero yo después tendí a una poesía más conectada con la realidad. A mí la pura fracción no me gusta. La poesía metafísica la admiro en Rilke pero no para practicarla. Creo que estos tiempos exigen una mirada distinta sobre lo que pasa en el mundo ya dentro de uno mismo también. Después de la reedición del libro he intentado volver a sentarme a escribir y a reflexionar sobre lo que es el fenómeno poético, que es algo muy complejo. La narrativa me deslumbra mucho pero la poesía me produce un estado diferente. Me parece como que exige mucha más complicidad. Hay gente que es inmune a la poesía, no tiene costumbre de leerla, no le gusta y por ahí sí lee cuentos o novelas.

— O como dice Jorge Isaías: “Los libros de poesías no se venden porque los libreros no los ofrecen”…
— Puede ser, o no los recomiendan y hay poetas que son muy recomendables para ciertas edades. Yo no denosto a Neruda por ejemplo, creo que para un adolescente es necesario y le toca cierta fibra por una cuestión cronológica. Mario Benedetti también, y hablo de los jóvenes porque es el sector más desvalido de la lectura, posiblemente no lean una novela de 300 páginas y entonces comenzar con estos poetas es una aproximación a la lectura. Por eso son tan importantes los cuentos porque la gente los lee más que a una novela.      

— ¿Se puede hablar de una poesía de Rosario?
— Rosario ha sido una ciudad de muchas generaciones de poetas, más que de narradores. No quiero ser peyorativo con nadie pero no hay grandes narradores, están Jorge Riestra, Angélica Gorosdicher, Ada Donato, Gloria Lenardón o Alberto Lagunas y creo que ahí hay que parar de contar. Pero sí hay muchos poetas. Siempre nos reímos con otros escritores amigos cuando intentan rotular a la poesía de Rosario como si fuera un movimiento, cuando en realidad es muy diverso todo. No es como la poesía del noroeste que escribían más o menos similar como Dávalos o Castilla, acá somos muy distintos todos. Lo que sí hay es una gran corriente de generadores de poesía y muy jóvenes e incluso hay una nueva forma de lectura poética. Lo he visto en el festival, muchos hacen perfomances cuando leen y creo que es una nueva manera de expresar la poesía.

— ¿Por qué El vicio absoluto?
— Uno de los versos del libro dice: “Que nuestro vicio absoluto sea ese: la despiadada lucha sin tregua”. Me pareció acorde, me gustó y así lo titulé.

Tapa de El vicio absoluto
Biografía
Rafael Negro Ielpi (1939) nació en Esquel, provincia de Chubut. Vive en Rosario desde los 10 años. Fue traductor de poetas brasileños como Vinicius de Moraes, Manuel Bandeiras y Carlos Drummond de Andrade. Dirigió junto a Aldo oliva y romero Medina la revista “El arremangado brazo”. Otros de sus poemarios fueron “para bailar esta ranchera”, El vals de Hermelinda”, “Viajeros desterrados” y “Días de visitas”. De gran trayectoria periodística y artística, el escritor es reconocido por sus trabajos de investigación sobre la historia de Rosario. Desde 2003 dirige el Centro Cultural Fontanarrosa.  “El vicio absoluto” es su primer libro de poemas.       

lunes, 4 de noviembre de 2013

“Nosotros los Qom, llevamos siempre el monte en el alma"

Rolando Edgar Sánchez se dedica a difundir las lenguas originarias entre sus pares del barrio Los Pumitas de zona norte. Llegó a Rosario hace tres años y todos los días realiza su tarea de divulgación puerta a puerta.

Graciana Petrone


El poeta Vilo - Foto Leo Vicenti


En la puerta de un bar, a menos de una cuadra de la Facultad de Medicina, entre el ruido de las bocinas de los autos y el ir y venir de estudiantes con carpetas bajo el brazo, Rolando Edgar Sánchez espera a El Ciudadano. Casi nadie lo conoce por su nombre, todos le dicen Vilo. Tiene 23 años, es más bien bajo, de pelo negro y espeso y con la piel morocha y agrietada. Una incipiente barba le dibuja una marca en el mentón, lleva puesto un pantalón de jeans gastado, zapatillas Nike blancas y una camisa indígena roja. Con su voz suave y sin palabras de más cuenta sobre su trabajo de divulgación de la cultura Qom en el barrio Toba Los Pumitas, de Empalme Graneros.

Vilo es un poeta de los montes. Hace tres años llegó de El Colchón, Chaco. Desde entonces se dedica a difundir las lenguas originarias entre sus pares del barrio en el que también vive. Aprendió el castellano cuando dejó su provincia y sin embargo lo habla casi a la perfección. Justamente, lo primero que cuenta es que por no saber comunicarse se llevó los primeros desencantos. “Se dice qué fue pero no quién”, avisa, para luego explicar que a los pocos meses de vivir en Rosario unos realizadores audiovisuales fueron al asentamiento de la zona noroeste para filmar un documental sobre la comunidad. “Pero hicieron algo que no se tiene que hacer, me usaron mis escritos y los tomaron como propios, los firmaron como suyos”, sostiene, con la mirada fija en algún punto, muy serio y sin encontrar la palabra adecuada para lo que sencillamente se trata de un plagio.

El trabajo de divulgación que Vilo lleva a adelante es cuerpo a cuerpo. Todos los días el poeta camina el lugar y trata de mantener vivas las tradiciones Qom, sobre todo entre los más pequeños. “A veces organizamos clases especiales en la escuela y otras voy golpeando las puertas casa por casa”, dice. Está convencido de que el ritmo de vida de la ciudad puede terminar ganándole a las propias raíces y entonces repite que “hay que hacer lo posible para que eso no pase”. En la mesa del bar, el escritor habla sobre sus experiencias con los chicos y se asombra de la rapidez que tienen para comprender y asimilar conceptos: “Yo les digo, les explico, que por más que vivan en la ciudad la tradición de nuestros ancestros está siempre adentro de cada uno”.

El Principito
El joven empezó a escribir cuando tenía ocho años. Recuerda que una tarde su padre le dio un papel y un lápiz y cuando volvió a la casa le preguntó qué era lo que había hecho. “Yo le dije que nada porque no sabía ni leer ni escribir, entonces me mostró la hoja en blanco y me enseñó que aunque estuviera vacía en realidad estaba llena, porque las hojas son como las personas y nosotros, los Qom, llevamos el monte en el alma. Me quiso decir que esa hoja estaba llena del monte, que tenía nuestras historias”, explica. Cuando aprendió, lo primero que hizo fue contar sobre un anciano de su comunidad que vivía en el cerro chaqueño, lo tituló “La tristeza del cigarrillo para Aníbal”. Durante la entrevista recitaría algunos de sus versos: “Se pasó la vida anhelando que pasara algo maravilloso / y lo único maravilloso que pasó fue la vida”.

Vilo solamente hizo la primaria, en El Colchón, pero dice que le gustaría terminar el secundario, entrar a la universidad y recibirse de la carrera de Comunicación Social. Hace unos meses grabó la voz en off de un cortometraje hablado en lengua Qom y subtitulado en español que fue auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación. Lleva varios CD consigo. “Justo hoy a la tarde estuvimos en una escuela del centro y pasamos la película. Es sobre un cazador llamado Gerónimo que no tiene para comer y por eso va al monte a cazar animales para su familia pero aprende que al monte hay que respetarlo, porque el monte somos cada uno de nosotros”.

El joven también participó hace unos años, junto a grupos aborígenes de Formosa, Santa Fe y Chaco, en la traducción de “El principito” a las lenguas originarias pero el gobierno de Francia, país de nacimiento de Saint Exupèry, el autor de la emblemática obra, no admitió al Qom como idioma. “Fue algo importante, cada comunidad hacía un capítulo mientras íbamos recorriendo las provincias”, se lamenta, y repite que va a tratar de que vuelvan a hacerlo, “pero esta vez con más fuerza que antes”.

Vilo explica que su trabajo como divulgador no es remunerado, que lo hace simplemente porque que quiere y siente que su deber es mantener intactas las costumbres y el idioma de su comunidad.

Nota publicada en el diario El Ciudadano 

Shopping y Colección de arena: Eficaces escrituras femeninas

Marta Ortiz y Gloria Lenardón, dos autoras de avezada trayectoria, acaban de publicar un libro de cuentos y una novela, respectivamente, donde sobresale el arraigo con el pasado, en los relatos, y una anécdota mínima en el texto de largo aliento.

Graciana Petrone
 
Lenardón y Ortíz - Foto Leonardo Galetto

La serie Narrativas Contemporáneas, de la Editorial Fundación Ross, acaba de publicar Colección de arena –compuesto por una serie de cuentos–, de Marta Ortiz, y Shopping, una novela de Gloria Lenardón. En concordancia con la avezada trayectoria de las autoras, las obras ofrecen relatos de cierta impecabilidad, en los que puede leerse la palabra precisa en cada una de sus páginas. Coherentes con el espíritu del proyecto, los ejemplares se distinguen por su elegancia y el cuidado estético de sus portadas, cuyo diseño e imágenes pertenecen a Cecilia Lenardón.

Encuentros, sentimientos inequívocos, personajes por momentos complejos y un exhaustivo trabajo en la descripción de los ambientes, el vestuario o la coyuntura (aunque también aparece lo aleatorio) son sólo algunos de los elementos con los que Ortiz construye los 23 relatos que forman el libro. “Es una característica mía. No puedo evaluarlo dentro de mi mismo trabajo, pero remitiéndome a lo que muchos me han dicho sobre eso, creo que es parte de mi mirada”, asegura la autora, quien además es una experimentada coordinadora de talleres de narrativa. “Por otro lado –agrega– nunca doy por terminado un cuento hasta que no me satisface a mí, lo que nunca ocurre con la primera versión: hay que retrabajarlo y pulirlo porque muchas veces no están claras las ideas y eso se va develando en la escritura”.

Así, el detalle más ínfimo se convierte en una pieza fundamental a partir de la cual la autora da vida a una narración con fuerte contenido político como es el caso de “Zapatos de fiesta”. En este relato, la protagonista abre un abanico de recuerdos de su época de estudiante universitaria, y escribe: “Mirabas para otro lado, vos y otros miraban más allá de la línea de fuego a pesar de los chicotazos que ennegrecían el ambiente y las corridas también, había que llevar zapatos cómodos, no las botas de caña alta cuando ibas a la facultad (…)”.

En “Lunares de sol sobre el verde del césped del parque”, en cambio, crea un personaje que guarda un secreto atroz y casi como una interpelación al lector apunta en un diario íntimo lo que no se anima a confesar: “Alguien me habló de una cronista guatemalteca, lleva un registro minucioso de esa napas inclasificables que en los libros se llama estupro y en la vida real violación (…)”. En todos los relatos de Colección de arena el arraigo en el pasado, la mujer frente al mundo o los recuerdos de la infancia destrozados por el paso del tiempo son una constante. En cada texto Ortiz hace que se desteja una madeja de frágiles y delgados hilos que se estiran y acomodan a medida que las páginas avanzan.


Shopping
En Shopping, Lenardón realiza un trabajo narrativo en el que se destacan dos aspectos esenciales. El primero es que la novela transcurre en un único momento: cuando la protagonista asiste a la inauguración de un centro comercial a bordo de un viejo Renault 12. El segundo, es el impecable manejo de la palabra con el que produce imágenes en continuo movimiento y situaciones casi agobiantes, llenas de adrenalina, propias de los efectos del consumismo.

Y pese al terreno peligroso por el que puede caminar una trama sin detonantes y basada en lo anecdótico, la escritora mantiene en vilo al lector con maestría. No da tregua. “Me ocupo de la historia en sí, de cómo quiero contarla –explica–, de las dificultades con que me topo; con esta novela quería una anécdota mínima, una voz que fuera y viniera, un poco aquí y un poco allá, y un espacio muy grande donde hubiera amontonamiento, acumulación. Y también mucha distracción”.

El personaje de Shopping es una mujer cuyo único interés aparente es ingresar al complejo y a la que deslumbran el colorido de las vidrieras acondicionadas especialmente para la ocasión, el amontonamiento de gente, los adornos o los fuegos artificiales, mientras cuenta todo lo que ve: “Hay estrellas que revientan en puntos azules que de golpe son rojos, o de un blanco fosforescente”. De a ratos recuerda a su gata Lola, el balcón de su departamento y algunos instantes fugaces de su vida pero de inmediato vuelve a sumergirse en el escenario convulsionado del centro comercial.

Así, la historia de Lenardón transcurre entre una multitud de gente y marquesinas incandescentes, música y cientos de ofertas de productos de los más disparatados por los que la gente se agolpa a empujones para comprar antes de que se acaben. “Cuando quiero escribir una novela – dice la autora–, siempre tengo la sensación de estar metiéndome en un embrollo del que me va a costar salir, y aún más resolver. Con esa sombra encima lo primero que trato de evitar es lo solemne”. Esa parece ser la razón por la que eligió un shopping como escenario. “Porque me aportaba ideas que me divertían, pero hay que ver qué queda cuando se pasa la narración, y cuán dispuesto está un lector a ceder su seriedad”, apuntó.

Ejemplares de colección
La colección Narrativas Contemporáneas, de Editorial Fundación Ross, está dirigida por Lenardón y Ortiz. Debutó con las antologías Mi madre sobre todo y El río en 14 cuentos, a los que le siguieron seis libros más entre los que se encuentran La prueba viviente, de Patricia Suárez; Tirabuzón, de Angélica Gorodischer, y Santos y desacrosantos, de Enrique M. Butti. Las ediciones se distinguen por su cuidado estético y un particular diseño exterior en el que la fotógrafa Cecilia Lenardón crea imágenes que ocupan tapa y contratapa. “Como si se pudiera ingresar al interior del libro por ambos lados”, apuntó Ortiz. La serie, según explican las editoras, busca rescatar “la oferta del había una vez, la diversidad de escrituras, las ideas que se agregan y sus pretensiones, el fenómeno de lo que va y viene, su registro en el idioma. La trasgresión de lo cotidiano: un libro para hoy y otro para mañana”.

Nota publicada en diario El Ciudadano