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lunes, 16 de septiembre de 2013

José Pablo Feimann y Horacio González: Debates, medios y erotismo

Por Graciana Petrone
José Pablo Feimann y Horacio Goznález
Antes de presentar en Rosario su libro Historia y pasión. La voluntad de pensarlo todo en el marco de la Feria Rosario Libro y Lectura que se llevó a cabo entre el 9 y el 18 de agosto en el Espacio Cultural Universitario, José Pablo Feimann yHoracio González hicieron algunas apreciaciones sobre las conversaciones que sostuvieron en la Biblioteca Nacional y que luego, organizadas por el periodista Héctor Pavón, se convirtieron en un texto singular donde estos escritores repasan vida y obra en tiempos de convulsión que fueron casi todos los de este país. La charla tuvo lugar en el bar El Cairo, donde Feinmann acaparó sin remedio la atención de los que estaban sentados en las mesas y también de quienes caminaban por calle Santa Fe y se encontraron de golpe con su imagen detrás de la ventana. Hubo quien le pidió sacarse una, dos y hasta tres fotos con él, lo que al mediático filósofo lo puso un tanto incómodo. Luego dirá que esa reacción de la gente es producto de la televisión. En cambio, González mantuvo el mismo perfil bajo con el que habitualmente se muestra en público, pese a que desde hace nueve años es director de la Biblioteca Nacional, el lugar por donde pasaron las grandes definiciones culturales de la Historia Argentina. Distendidos, hablaron del libro que los traía a Rosario pero también de erotismo, cine, política y del devenir de las formas de comunicación en la actualidad.

—¿Cómo surge este libro?
—(JPF) La idea fue de los dos y surgió por una charla que tuvimos en canal 7 a la que titularon “Debate”, para venderla mejor. Porque hoy en día si algo no es debate, discusión o asesinato no vende, aunque todavía no llegamos al último (risas). Salió muy cálido ese programa, claro, es que hace 40 años que nos conocemos. Después de eso Ignacio Iraola y Paula Pérez Alonso, de editorial Planeta, decidieron hacer un libro pero basado en conversaciones. Para eso contrataron a Héctor Pavón, un periodista excelente de Clarín y nos juntamos algo así como 22 horas, algunas veces en mi casa y otras en la Biblioteca Nacional.

—¿Se sintieron intimidados por la presencia del periodista?
—(HG) No, por el contrario, porque ya sea que fuera una presencia más plena o fuera una presencia como lo fue, más sutil, de las dos formas a mí no me hubiera incomodado para nada. Es un libro extraño que sólo se puede hacer teniendo un compromiso previo común, una historia con cercanías y lejanías y un afecto que permanece a lo largo del tiempo, tal como uno cree que son los afectos: entre la melancolía y cierta resistencia a las formas torpes de la modernidad y al mismo tiempo aceptando que el mundo tiene un espacio de calidez en la amistad que creo que permitió hacer el libro. Al principio pensamos en escribir un libro llamado La condición humana y creo que era como una locura (risas).

—(JPF) Serían 20 tomos…

—(HG) A mí no me disgustaría retomar, aunque sea como utopía, eso de “La condición humana”. Hay grandes libros recordables, de grandes autores, con ese título. Si se me perdona esa petulancia a mí me gustaría usar ese título para otro libro.

—Y a usted Feinman, ¿le gustaría haber agregado o cambiado algo?
—(JPF) Otra cosa que se me ocurre es incluir a alguien, no a cualquier persona, a alguien que yo admiro mucho pero que sin duda ahora discutiríamos y que sería Eduardo Grüner. Sería lindo hacerlo con él porque es un tipo realmente muy formado que ha escrito al menos dos libros: El fin de las pequeñas historias y La oscuridad y la razón, este último, sobre la revolución de Haití que es un librazo. Aunque últimamente Eduardo cambió algunas ideas, yo no estoy de acuerdo con el lugar en el que está, pero no con él en sí. Digamos, si él tuviera esas ideas solo sería mejor pero bueno, decidió tenerlas en un encuadramiento político.

—¿Quedaron conformes con la edición?           
—(HG) Un libro de este tipo supone distintos problemas y uno de ellos es, justamente, la desgrabación, que implica, además, tener que tomar una decisión sobre ella. En este caso, el periodista hizo muy pequeñas y oportunas intervenciones en la edición. Eventualmente, una desgrabación literal hubiera incluido los deshechos de la conversación que, si bien pueden ser interesantes, harían infernal la lectura de un libro. La tarea de extirpar ciertos detritos que tiene una conversación en un estado físico brutal es una tarea muy interesante y eso creo que lo hizo Pavón de una manera muy delicada. Cualquier tipo de redacción exige una catarsis, una depuración de la pasión interna de una conversación y el trabajo del periodista me gustó mucho porque está muy poco intervenido.

—Feinmann, en el libro cuenta que empezó a escribir novelas pornográficas siendo un adolescente…
—(JPF) Hacia fines de los 50 yo tenía alrededor de 13 años y entonces venía el cine europeo pero prohibido para menores de 18. Allí podía aparecer alguna mujer desnuda pero en el norteamericano no, porque todavía estaba muy vigente el Código Hays. Marilyn (Monroe) no se desnudaba en ninguna película y tampoco lo hacían ninguna de las actrices que a mí me gustaban. El material erótico era muy pobre y así creé mi propio universo erótico. Yo siempre hago un chiste y es que nosotros nos masturbábamos con la foto de Gabriela Mistral (risas). Playboy no llegaba ¡Qué país de mierda que no llegaba Playboy! Esas revistas entraron acá por primera vez con Cámpora y ese fue uno de los grandes logros de Cámpora. Entró también Último tango en París, era la democracia. También veía mucho film noir, aunque no sabía que estaba viendo film noir. Los western me gustaban mucho y tenía algunos actores favoritos. Llevaba un álbum de cine y a cada película que veía le pegaba el aviso que había salido en el diario y la comentaba. Yo era el crítico de cine. Además, le ponía pesas. Cinco kilos era lo máximo, dibujaba las pesitas y también las escenas de la película, porque había estudiado dibujo.

—Respecto de los medios de comunicación, en su tesis sobre el sujeto comunicacional dice que el consumidor de información construye su realidad en función de lo que le muestran… 
—(JPF) La escribí hace varios años y ahora la voy a publicar en un libro. Siempre va a haber tantas verdades e interpretaciones como medios hayan llegado. Por ejemplo, sobre la tragedia en Rosario, más de un medio le va a echar la culpa al sujeto político que quiera denigrar.

—¿Hay miras de que cambie esa cultura del consumo de la violencia y la agresión?
—(JPF) Va en aumento. Creo que va a ser muy difícil cambiar al periodismo. En España pusieron una foto de Chávez muerto antes de que muriera y me recordó a esa frase de Nietzsche que a algunos les disgusta tanto: “No hay hechos, hay interpretaciones”. Está bien, pero para que haya interpretaciones tiene que haber hechos, no una noticia sin ninguna facticidad que es la mentira total, como el caso de la foto de Chávez que ni siquiera es una interpretación del hecho sino una interpretación sin hecho, algo demencial, un periodismo cegado claramente por el odio. En Página 12, por ejemplo, hay críticas pero no hay odio ni agravios, pero un diario como La Nación, que saca un artículo que compara a este gobierno con 1933 cuando asume Hitler, eso es un insulto.

—(HG) Los medios tienen una elevada capacidad de supresión y eso está producido, en parte, por una tecnología sofisticada, una forma de montaje y edición que es un lugar misterioso en donde se combinan los hechos pero aparece un elemento que ya no son los hechos tal cual como sucedieron. La pérdida de la noción del hecho sucedido es compleja porque evidentemente las interpretaciones hacen a todos los hechos diferentes, pero al perder la civilización la noción de los hechos sucedidos se pierde la idea de objetividad, que también es compleja, y al perderse eso las estructuras de comunicación mundial están obligadas a actuar en función de esa supresión de los hechos y se convierten en el gobierno mundial de la subjetividad.

—Usted González ha dicho en alguna oportunidad que los medios de comunicación siempre jugaron un papel fundamental en la construcción de la identidad colectiva, pero dadas las condiciones actuales eso es complejo…
—(HG) Los grandes medios escritos actuales tienen su correlato con internet, la televisión o la telefonía y suponen algo que aún no vemos con claridad, un tipo de conciencia colectiva que se está construyendo y hay un rasgo antiintelectual muy evidente. La idea del entretenimiento, además, ya no es una idea vinculada a lo lúdico sino a lo siniestro. La pérdida de las lenguas nacionales vulneradas por las estructuras tecnológicas llegará tal vez a formas de vigilancia, de manipulación del consumo que detecte al consumidor con un simple clic en la computadora, lo que es pavoroso. Pero es posible llegar a no ser el consumidor de una mercancía sino la mercancía que algún otro consume. Y a esa estructura, no sé cómo llamarla… ¿Vos, José, cómo la llamaste?

—(JPF) Big Brother panóptico.

Nota publicada en el diario El Ciudadano.

La revolución de las hermanas Cosettini

Para transmitir a los nuevos educadores la conocida “experiencia Cossettini” desde 1988 funciona en la ciudad un archivo pedagógico que lleva los nombres de Olga y Leticia. Allí estuvieron esta semana 12 docentes que llegaron de Buenos Aires.

Por Graciana Petrone

Encuentro docente en Irice-Conicet Rosario


Romper con las formas convencionales de enseñanza para abrir paso a un proyecto basado en la solidaridad es sólo una de las bases sobre la que Olga y Leticia Cossettini desarrollaron su trabajo como educadoras desde 1914 a 1950, primero en Rafaela y después en Rosario. Las hermanas fueron precursoras en entender a los niños como protagonistas dentro del ámbito escolar y no como simples receptores de contenidos curriculares. Hoy, a casi un siglo de que iniciaran su prolífica tarea educativa, las dos mujeres son símbolo indiscutido de lucha e innovación, pero también de sensibilidad, dedicación y de vocación aplicada a la enseñanza.

Con el objetivo de transmitir a los nuevos formadores lo que se conoce como la “experiencia Cossettini” funciona desde 1988 en la ciudad un archivo pedagógico que lleva su nombre y que depende del Irice-Conicet, el Instituto Rosario de Investigación en Ciencias de la Educación que depende de la agencia científico-tecnológica a nivel nacional. La institución organiza periódicamente diversas actividades y justamente, con motivo del Día del Maestro, recibió a una delegación de 12 docentes de la escuela Proyecto Sur, de Buenos Aires, para analizar las prácticas que implementaron Leticia y Olga en la primera mitad del siglo pasado. “Es importante mantener un sentido de identidad sobre lo que hicieron las hermanas en la ciudad y en la provincia en materia de pedagogías renovadoras que fueron semillero de maestros”, explicó Javiera Díaz, directora del archivo.

Otro de los proyectos que impulsa el archivo es el de la “Valija pedagógica”, que surgió en 2009 tras la necesidad de difundir su obra, pero a la vez preservar los documentos y libros originales de Olga y Leticia Cossettini. Según explicó Díaz, el equipaje no sólo recorre el país sino que además “viaja a escuelas e institutos de profesorado de la ciudad, priorizando las instituciones públicas de formación”. La iniciativa se gestó en 2005 luego de que un especialista en conservación de papel de Buenos Aires evaluara y tratara la valiosa documentación y bibliografía que hoy forma parte del registro local.

No obstante la importancia de que los docentes sepan acerca de la “experiencia Cosettini”, Díaz consideró que “cuesta un poco que los profesorados adhieran de manera más intensiva a la iniciativa”.
“Aunque se pueda pensar que los formadores de formadores tendrían que tener la valija casi permanentemente, eso no ocurre como uno supondría que tiene que ocurrir”, lamentó.  Pero a la par se entusiasmó: “Recibimos muchos pedidos de Salta, Buenos Aires y de algunas localidades del sur del país”, destacó, y además marcó que en lo que va del año la respuesta por parte de los maestros se ha incrementado.

La “experiencia Cossettini”
Olga Cosettini

Esa suerte de revolución educadora que llevaron adelante las hermanas no tuvo el alcance en el tiempo necesario para transmitirse de generación en generación. Los tiempos políticos de la Argentina de entonces eran convulsionados y sobre todo hostiles hacia cualquier mujer que esbozara un impulso de cambio. Por eso fue que Leticia abandonó la docencia para dedicarse a la alfabetización de adultos en zonas rurales. En cambio, Olga fue directora del establecimiento educativo Nº 69 Gabriel Carrasco, de Alberdi, donde desarrolló su proyecto “Escuela Serena” durante 15 años, hasta que arbitrariamente fue cesanteada durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón.

Antes de ser removida de su cargo y de la docencia las iniciativas renovadoras de Olga sufrieron permanentes boicots por parte de las autoridades ministeriales del momento. “Ella consideraba que lo que el niño aprendía en la escuela no debía servirle para la escuela sino para la vida”, explicó Díaz. Así es que la emblemática maestra creó un programa de misiones culturales infantiles que, sin saberlo, serían la piedra basal de lo que hoy se conoce como las ferias escolares en las que los alumnos muestran, comparten y complementan los conocimientos adquiridos. “Había mesas con microscopios en la calle y la gente se acercaba, mientras que los alumnos le contaban lo que sabían acerca de alguna enfermedad. Allí surge también esa idea de solidaridad y de pensar el ámbito educativo desde un lugar más amplio”, recordó la investigadora.

Natalia Saladino, una de las maestras porteñas que visitaron el Irice-Conicet, destacó la importancia de conocer más acerca de la “experiencia Cossettini” para poder aplicar en el aula esas vivencias. “En la escuela te enfrentás con distintas realidades pero en lo fundamental es adecuarse a esa realidad para brindar lo mejor desde nuestro rol y así encontrar la manera de adecuarnos al espacio y al grupo de personas que convivimos”, sostuvo.

Otra consideración similar hizo Mabel Puente, educadora de Buenos Aires que además pertenece a la Red Cossettini, organismo que trabaja a nivel nacional e internacional para difundir el legado pedagógico y espiritual de las hermanas. “Uno cuando elige esta profesión tiene que conocer los encuadres de los lugares en los que trabaja. Si bien la currícula es el denominador más fuerte que nos regula a todos, también hay que buscar la forma que tiene que ver con esa parte de la población con la que se trabaja y con el propio estilo. Eso es el oficio docente”, finalizó.

Nota publicada en diario El Ciudadano