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martes, 15 de julio de 2014

Pentecotalismo carcelario: el Cristo que vive tras las rejas

El fenómeno evangelizador en los penales de la Argentina y Latinoamérica ha sido y es objeto de estudio por parte de académicos y organizaciones estatales.
Foto Luz Nuñez Soto

Graciana Petrone
Eduardo Rivello, referente de la Iglesia Evangélica de Funes Cristo Vive, entró por primera vez al penal de Coronda en 1986 para acompañar a los familiares de un recién detenido, quienes se acercaron para pedirle ayuda debido a la angustia que les provocaba la situación. Lo que nunca imaginó el líder religioso es que ese día sería el puntapié que daría inicio a una verdadera revolución social y espiritual intramuros que se conocería más tarde, en las cárceles de Argentina y otros países latinoamericanos, como el “pentecostalismo carcelario” que se basa, más allá de la prédica de la Biblia, en la no violencia entre los internos.
Hoy, el pastor asegura que desde 2001 el índice de muertes por enfrentamientos entre internos en el penal santafesino disminuyó en un 95 por ciento. Además, tienen presencia en al menos cinco seccionales de la ciudad, en Coronda, y también cuentan con más de un 85 por ciento de fieles sobre los 456 detenidos de la Alcaldía Mayor de Rosario, hecho que se define como otro de los logros de la Iglesia Evangélica.
El fenómeno pentecostal dentro de comisarías y penales logró lo que el Estado, a través del Servicio Penitenciario, no logró: la pacificación, el acatamiento de nuevas reglas de convivencia, el desarme de los reclusos y hasta el cumplimiento de horarios de cierre de los pabellones. Y hay más: algunas de las normas que deben respetar los internos para permanecer en los pabellones evangelistas son no drogarse o evitar mirar programas de televisión con los que puedan excitarse sexualmente.
Pero esa puja de poder sobre la conducta de los presos lleva a un análisis más complejo que la mera discusión de que si el Estado es ineficaz a la hora de mantener la buena convivencia dentro de las cárceles y, de hecho, el tema demandó arduos estudios académicos en los últimos quince años. Según explica el reconocido sociólogo Daniel Míguez: “El Estado opera sus mediaciones a través de agentes pero, por la estructura histórica de los penales mismos, los agentes penitenciarios regulan la vida en la cárcel en función de de sus intereses que no necesariamente trabajan en la pacificación, sino solamente para controlar, lo que en algunos casos va en dirección opuesta a la pacificación”.
Lo cierto es que los resultados del trabajo de los evangelizadores son funcionales al Servicio Penitenciario que a lo largo de la historia no ha podido encontrar la forma de cumplir con el mandato constitucional de ser lugares de reinserción social. “Hay una actitud que es la de mirar a las cárceles como un depósito de personas y no como un espacio de recuperación, lo que quedó muy lejos de las políticas públicas”, dice Diego Giuliano, actual concejal rosarino y ex delegado del Ministro de Gobierno, Justicia y Culto de la Provincia de Santa Fe en la zona sur, en ejercicio durante el período 2001 – 2003. Justamente, durante ese lapso fue que los evangelistas pasaron a tener una presencia formal en Coronda cuando el entonces titular de la cartera de Seguridad, Carlos Carranza, les concedió el pabellón Nº 8 a “Los Hermanitos”, a los que después se sumaron tres más.
En el mismo sentido Míguez analiza los resultados de pacificación entre internos que lograron los predicadores y considera que desde el Estado no han tenido y no tiene un saber específico para lograr que los penales cumplan con su trabajo de rehabilitación. Además, para el académico, los pentecostales operan de alguna manera “con la experiencia que acumularon fuera de las cárceles, lo que les dio un saber de cómo pueden rehabilitarse estas personas que están en situaciones desventajosas. Ellos (por los evangelizadores) lo aplican en muchos contextos pero es algo que no lo puede hacer cualquiera”.
Durante y después
A finales de los 80, cuando Rivello cruzó por primera vez las puertas del penal de Coronda, había 1600 presos cuando la capacidad del lugar es aproximadamente para la mitad de esa cifra. El pastor recuerda que empezó a ir una vez a la semana y consiguió que Asuntos Penitenciarios le diera un espacio para predicar la Biblia los sábados a la mañana. Así hizo durante un año y medio y asegura: “Se produjeron conversiones muy significativas, lo que llamó la atención a los directivos. En 2002 nos hicimos cargo del pabellón Nº 8 y nos fuimos creciendo y extendiendo”.
Con casi tres décadas de trabajo en Coronda, Rivello trabaja en la formación de líderes internos y dice que desde la Iglesia llevan adelante una de las tareas más difíciles que es la del seguimiento cuando los reclusos salen del penal. Uno de los logros que el pastor refiere con más orgullo es el caso de Daniel, un ex convicto que estuvo más de 20 años preso y hoy, ya en libertad, es su colaborador incondicional (ver aparte).
El equipo de voluntarios que coordina el líder religioso está formado por unas setenta personas que prácticamente visitan las cárceles todos los días. “Todos los viajes que hacemos sale todo de nuestro bolsillo, no tenemos apoyo del Estado ni de la Iglesia. Cada visitador lo hace con su dinero: viajes, material de estudio, biblias, ropa, artículos de higiene, pintura”, dice Rivello. Además, resalta que en algunas comisarías pusieron cerámicos y termotanques con el fin de mejorarles a los presos la calidad de vida. Lo mismo pasa en los pabellones evangélicos en Coronda, donde hay inodoros y otras comodidades que en los demás espacios del penal no hay.
“Hoy, cuando entra un interno nuevo en el penal la dirección nos llama para que los recibamos y evaluemos cuál es el lugar mas conveniente para evitar conflictos”, explica Rivello, aunque este supuesto poder que tienen los pastores evangélicos sobre el funcionamiento intramuros ha sido siempre tema de controversias.
Desde la dirección del Servicio Penitenciario aseguran que es el Estado el que pone las reglas dentro de las cárceles pero el discurso planteado desde las altas esferas del área, durante la última década es concluyente y similar: que el pentecotalismo carcelario no se debe analizar estrictamente dentro de los penales sino que es necesario abordarlo en el contexto histórico y social, “ya que de igual forma que está presente en las unidades, se ha expandido en toda la sociedad”.
Los discursos oficiales también coinciden en que los niveles de pacificación y convivencia en los pabellones evangelistas son muy buenos y reconocen que los internos que responden a ese culto no ocasionan peleas ni lesionados. No obstante, es preciso desmitificar al recluso como un ser que se cierra y rechaza la ayuda, por el contrario, según explica el antropólogo Alejandro Frigerio, el preso es una persona altamente receptiva de las propuestas externas “ya que le ofrecen una dimensión diferente de la realidad”. Quizá resida allí la línea más sensible en el abordaje de estas situaciones y que el pentecotalismo carcelario, a diferencia del Estado, ha sabido aprovechar.
Testimonio de Daniel, ex convicto y líder espiritual de Los Hermanitos
“Yo estuve 21 años presos en Coronda. Era adicto, había perdido a mi familia. Tenía cadena perpetua por diversos robos calificados y enfrentamientos armados con la policía. Tenía una pésima conducta adentro del penal. En el ’94 caí en el calabozo de castigo porque los guardias me secuestraron un sello de médico con el que fraguaba recetas para que los demás presos compraran pastillas para drogarse.
En el calabozo me di cuenta que había perdido todo, además de mi esposa y mis cinco hijos, la poca libertad que me quedaba para moverme dentro del penal. Sólo y alejado de todo pensé en cómo esos locos evangelistas cantaban y se reían y yo, que fumaba marihuana todo el día, no me podía reír. Entonces le pedí a Dios y le dije: ‘¡Si pudiste cambiar a estos locos, cambiáme a mí!’. Y fue rotundo porque al otro día no me dieron más ganas de drogarme ni de fumar. Me involucré con lo que hacía el pastor Eduardo Rivello y me cambió la vida.
En los demás, mi conversión hizo un efecto en cadena porque vieron mi cambio de actitud, los presos y hasta los mismos guardias no lo podían creer y empecé a hacer lo que no había hecho nunca: a estudiar, a orar. Así fuimos creciendo y cada vez se iba sumando más gente, la mentalidad cambió ahí adentro tanto que de 1998 al 2001 tuvimos solamente cuatro motines, lo que antes era cosa de todos los días. Antes un preso no podía hablar con un empleado del Servicio Penitenciario por temor a represalias pero entendimos que como máximos pecadores que éramos teníamos que ganarnos el respeto de los empleados.
Al lado del pastor Rivello fui como el líder del primer pabellón que nos dieron, el Nº 8, en donde en un principio hubo 94 internos. De afuera nos observaban y veían que podíamos convivir sin enfrentamientos. Después, yo mismo propuse que hiciéramos reuniones los sábados a la noche y nos juntábamos un grupo de diez o doce a cenar, nos preparábamos nosotros mismos la comida y era para que tuviéramos diálogo.
A los guardias les llamaba mucho la atención todo eso, y también que los jueves yo los hacía estudiar y así íbamos rescatando a los hombres de la peor conducta en el penal. Otra de las cosas que logramos es que se respetara el horario de cierre a la noche y a las 22.45 tenía que estar todo cerrado. Eso fue importante porque les demostramos a las autoridades que acatábamos las órdenes y eso hizo que nos dieran otro pabellón con 200 personas. Era el pabellón número seis, que como había sido destruido en el motín de 2005, lo tuvieron que hacer nuevo.
La madre de mis hijos me dejó en 1994, salí en marzo del año pasado después de estar 21 años preso en Coronda y me casé el 14 de febrero de este año con Marta Alicia, a quien conocí en una Iglesia. Desde que salí trabajo en la construcción y visito el penal para asistir a los presos. Todo esto me dignifica, es una oportunidad que me dio Dios y la aprovecho al máximo. Estoy disfrutando la vida. Quiero decir que todo aquel que se propone algo lo puede lograr. No es verdad que la sociedad nos margina, quizás puede ser alguna parte de la sociedad pero todo depende de uno y de la fe que uno tenga".
Nota publicada en Revista 30 Días

viernes, 11 de julio de 2014

Marcelo Scalona y su libro Mapa, en donde todo se vuelve poesía

El escritor rosarino Marcelo Scalona acaba de publicar "Mapa", un libro de poemas donde recorre su tiempo de niñez a través de versos que conforman pequeñas historias que muestran al desnudo a aquel pibe que fue por las calles del barrio Tablada.


Marcelo Scalona - Foto: Ignacio Pettunci

Graciana Petrone
Ese viaje de ida que se emprende en la niñez, presentado como una de hoja de ruta marcada por instantes imborrables, es lo que resume Marcelo Scalona en su poemario Mapa (Alción Editora). Así, con versos que conforman pequeñas historias, el escritor muestra al desnudo a aquel pibe cuyo corazón sigue arraigado en las calles de barrio Tablada, en los afectos familiares y en todo lo que tiene que ver, de algún modo, con la experiencia vital.
En Mapa tampoco faltan los amores alguna vez correspondidos y por eso el poeta apunta: “Fantasmales/fugaces/son las presencias queridas. /Siempre se vuelve a estar solo/y con el corazón estrujado”.
Pero Scalona ensaya y analiza lo cotidiano y es entonces cuando todo se vuelve poema, hasta el breve paso de un jugador de fútbol santafesino por un mundial, lo que representa el sueño de un país que sufre los avatares de un futuro incierto y parece conformarse con poco; por eso escribe: “Y Garcé se subió al sueño/ pero no era la copa,/le dieron un jeep Ika/ y un free pass a todas las reservas/humanas de Nairobi que tiene/en su escudo los colores de Colón”.
“En Mapa se condensa, modestamente, un poco la cifra de lo que yo pienso de la literatura, de la forma, del sentido; me enorgullece esto de que para mí sea un poco como mi bitácora. Si alguien quiere saber lo que yo leo y escribo, creo que está todo acá”, asegura el escritor.
Las páginas de su primer libro, El camino del otoño, serán llevadas al cine en breve. Con su segunda novela, El Portador, el autor participó en España del Festival Barcelona Negra. Sin embargo, Scalona mantiene intacta la esencia y simpleza de aquel muchacho que creció en Tablada. Actualmente es uno de los máximos referentes en la coordinación de talleres de narrativa en la ciudad, labor en la que combina sus saberes con la generosidad necesaria para abrirles nuevos caminos a sus alumnos.
—A la hora de publicar tus libros, ¿te perturba tu lugar de formador de escritores?—No me perturba para nada. Con el tiempo el taller justamente me ha dado mucha fortaleza, sobre todo por la consolidación de la gente que viene, y entonces decís: “Pucha, algo sabré”. Y realmente, el hecho de que hayan salido de mi taller algo más de 20 escritores que se han consolidado en la ciudad, lo que me da es una fuerza enorme. Yo empecé con esto hace 14 años con otras tres personas, igual que como publiqué por primera vez. “Como a todos los pobres –diría mi vieja– todo nos cuesta tanto…”. Uno nunca perteneció a ningún grupito favorecido en ningún lado. ¿Viste que algunos publican porque son amigos de, o porque es la novia de o la hija de Fulano? Bueno, a mí me pasó todo lo contrario. Por eso, en un punto, me siento orgulloso de haber podido crear un lugar propio como es el taller.
—¿No recibiste ningún apoyo cuando empezaste a escribir?

—Quien me dio una mano muy grande en su momento fue Angélica Gorodischer, escritora muy reconocida e importante. Ella me alentó muchísimo para publicar mi primera novela El camino del otoño, le hizo el prólogo y escribió una hermosísima carta de recomendación para que se publicara. Lo mismo me pasó con Alberto Díaz, director de Editorial Planeta, con quien tengo hasta el día de hoy una relación muy estrecha. Y después… ¡los lectores!, porque cuando un montón de gente lee un libro tuyo, queda emocionada y te lo dice, no finge. Eso no tiene precio.
—¿Los poemas de “Mapa” corresponden a un período determinado de tu producción literaria?

—Yo creo en la permanente reescritura de los textos, por eso los primeros borradores de los poemas de Mapa tienen muchos años y los terminé de escribir, como siempre, a la hora de mandarlos a la imprenta. Me ha dicho una cosa hermosa Tomás Boasso, que es un pibe que entiende mucho de poesía, y digo pibe porque es eso, un pibito al lado de uno. Él dijo espontáneamente el día que presentamos el libro en La Vigil, que sentía que todo lo que yo había escrito en mi vida de algún modo fue para llegar a escribir este libro. Yo siento que hay una gran síntesis. Bueno, después de seis libros, además, uno siente que tiene ese poder de síntesis.
—¿Cada poema de “Mapa” es como una pequeña historia?

—En muchos casos hay poemas que son microensayos o aguafuertes. Lo que los poetas puros tienen que entender, y no lo dice Scalona a esto, es que de Baudelaire a Nicanor Parra también hay poemas narrativos. Entiendo que ellos son muy celosos con la metáfora o con el símbolo y está claro que no soy un poeta simbolista.
—¿Sos un poeta más cerca de lo coloquial que aborda temas cotidianos?—Recibí un piropo hermoso de Ricardo Forster, a quien le gustó mucho el poema “El sueño de Garcé”. Me escribió para decirme que le parecía una muy buena editorial sobre la anomalía kirchnerista. Es un poema del mundial de 2010, todavía vivía Néstor (Kirchner) y muestra que un poema puede tener también un ensayo y no hablar solamente de cosas inmateriales. Me refiero a esa disputa entre Neruda y Parra en la que uno se mete modestamente.
—¿Te referís al poema críptico y a aquel otro, de alguna manera de lectura más accesible?

—El poema de la metáfora y del símbolo contra el poema de lo cotidiano, el poema hablado. Por otro lado, a esta altura hablar de géneros puros es una discusión totalmente anacrónica. Como dice Roland Barthes, el texto te causa placer o no te causa placer, te conmueve, te inquieta, te asusta. Es ése el placer del texto. De todos modos, sabemos que no es inocente la discusión porque el propio Barthes también dice que detrás de los que defienden esa lengua del canon y de la sintaxis hay una cosa fascista.
—El barrio Tablada está presente en muchos de tus poemas, aunque ya no vivís ahí…

—Tablada es mi ámbito. Nunca me fui, como dice Troilo. El barrio tiene, además, esa pureza, ese olor, siguen estando los mismos vecinos, siguen estando los mismos espacios y uno ahí es alguien y todas esas cosas que sabemos. Todos los domingos voy a comprar el diario a Alem y Ayolas, ahí tienen el diario El País, para todos los giles que se creen que Tablada queda lejos y está a sólo 30 cuadras del monumento. La patria de uno es el barrio.
—También en “Mapa” están tus viejos y de nuevo el barrio…

—Mis viejos vivieron toda la vida ahí. Para que tengas una idea, en una misma manzana vivían los siete hermanos de mi mamá y en esa misma manzana todavía viven mi tío, mis cuatro primos, mi hermano, mi hijo y mis ex suegros. La plaza sigue siendo nuestra plaza. Y está La Vigil. Para uno, Tablada es como un patio y las calles del barrio son para mi viejo como “Las Magdalenas” de Proust.
—Si tuvieras que elegir un poema de “Mapa”, ¿cuál sería?

—Sería justamente el que se llama “Mapa”, por eso también lo elegí como nombre del libro. En definitiva, lo que sigo haciendo cuando escribo es repetir ese viaje con los viejos a Mar del Plata y pasar por el lugar donde fusilaron a Dorrego, cerca de Mercedes, por ejemplo, o evocar esas conversaciones con mi viejo que me quedaron grabadas. Hasta el día de hoy, cada vez que paso por ahí, sigo mirando ese lugar.
—Después de tantos años, ¿los talleres son como indivisibles de tu vida? 

—Te soy sincero, hace dos años estuve tentado de suspenderlos, al menos por un año. Pero la verdad, no puedo. Uno tiene un lazo muy profundo ahí y seguramente después me pasaría que estaría perdido y extrañaría. He llegado a tener cinco grupos y este año logré reducirlos a dos.
—¿Qué solés decirles a quienes se inician en la escritura?

—Hay algo que les repito a los chicos del taller y es que, como para todo en la vida, hay que tener mucha convicción, esa cosa artltiana de la prepotencia de trabajo, de tener mucha confianza en lo que uno hace y de no abandonar nunca. Eso también lo sabemos como canallas (risas). Puede haber muchas dificultades pero nunca hay que abandonar, nunca hay que correrse del lugar. También les digo que se van a encontrar con la máquina de desalentar que les va a tratar de convencer que escribir es un acto promiscuo. Por eso les digo que no se dejen robar el deseo y la ilusión pero que hay que laburar muchísimo porque es un oficio muy duro y los reconocimientos suelen llegar más tarde. No es fácil. En ese sentido yo siempre tuve la confianza de que iba a poder hacer un oficio de la literatura más allá de la fama o el prestigio que, muchas veces, pueden ser dudosos o aleatorios. 

Nota publicada en el diario El Ciudadano 

lunes, 7 de julio de 2014

Roque Narvaja camina las calles como un rosarino más

El cantante trabaja como piloto e instructor de vuelo en el Aeropuerto Islas Malvinas. El líder de La Joven Guardia es aviador y vive en Fisherton desde hace seis años.


Roque Narvaja- Foto: Ignacio Petuncci

Graciana Petrone
Cuando Roque Narvaja camina las calles del centro de la ciudad hay quienes lo reconocen, lo paran y piden sacarse una foto con él. Pero para otros, el ex el líder de La Joven Guardia, banda que causó furor en los 60 con hits como El extraño de pelo largo o La reina de la canción, pasa desapercibido, como si fuera un rosarino más. De hecho, algo de eso hay porque desde hace seis años vive en Fisherton y trabaja como piloto comercial e instructor de vuelo en la escuela Flyng Time, en el Aeropuerto Internacional Islas Malvinas.
“Es muy sencillo. Yo estoy acostumbrado a irme siempre. Aníbal Troilo decía que estaba siempre volviendo. Bueno, yo siempre me estoy yendo”, ironiza el cantante sobre su elección de radicarse en la ciudad. Aunque después confiesa que detrás de eso hay una historia de amor que empezó cuando conoció a una fan rosarina que actualmente es su esposa.
Para lograr que explique cómo es que vino a parar a la ciudad, y a pilotear aviones, el cantante asegura que tiene que empezar por el principio. Así, cuenta que nació en el seno de una familia tradicional de Córdoba y que cuando tenía un año y por razones políticas, su papá tuvo que mudarse a Buenos Aires.
Con apenas 16 años Narvaja empezó su carrera como músico. En la década del 60 las canciones de La Joven Guardia sonaban en todos los boliches y radios del país, pero en medio de sus éxitos un autoexilio lo confinó a vivir en España por dos décadas. “Yo había empezado a militar en la Juventud Trabajadora Peronista, aunque mi participación fue muy escueta y muy humilde”, dice.
Motivado por su compromiso político, en 1972 el compositor cambió el tenor de sus canciones y compuso temas más contestatarios y en abril del 76, durante la grabación de Amén, un disco que nunca llegó a editarse, el cantante fue prohibido. Roque recuerda que fue un teniente coronel, por entonces a cargo del Comité Federal de Radiodifusión (Comfer), quien lo invitó “gentilmente” a dejar el país. “No conforme con eso, también fue al sello EMI y les recordó que yo estaba prohibido. A los quince días me pude tomar un avión, salí por Ezeiza directamente”, evoca.
Roque asegura que en España le tocó vivir momentos muy duros en lo afectivo y económico hasta que grabó el tema Santa Lucía. “¿Suerte? ¿Destino? No sé”, se pregunta. “Los españoles no tenían rock y ellos veían en mí eso.  Así fue que grabé el disco más vendido de mi vida sin saberlo, que fue Un amante de cartón. Fue en 1980, el mismo día que mataron a John Lennon”.
A mediados de los 90 Narvaja volvió, hizo un curso de piloto de vuelo en Junín mientras seguía con sus recitales. Hace poco más de diez años vino a Rosario a tocar en el teatro Broadway y se enamoró de una fan que le mostró  una gran cantidad de fotos en las que estaban juntos. Y así siguen hasta ahora.
Nota Publicada en el diario El Ciudadano