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domingo, 22 de octubre de 2023

Porque el Diego siempre es noticia: emoción por una foto de los Juegos Evita 1973

El Diego o “Pelusa” como lo llamaban en su casa desde chico, jugaba para Los Cebollitas de Argentinos Juniors que dirigía Francis Cornejo.  Su participación en los Juegos Nacionales Evita de 1973 fue una de las primeras incursiones públicas del 10

Foto: Twitter @ilpeto

Por Graciana Petrone (nota publicada el 5 de marzo de 2019

Si algo no tiene margen de discusión es que El Diego es El Diego, no hace falta aclarar a quién se hace referencia. Ya sea una declaración que brinde a los medios; o si sigue en pareja con Rocío Oliva o con la madre del pequeño Dieguito Fernando; o si su estado de salud tambalea; o por tener a los hinchas en vilo viendo un partido de Dorados de Sinaola de la B mexicana. Nada queda en las sombras. Con Diego eso nunca va a suceder.

Y esta semana, mientras festeja otro triunfo de Dorados y le gana un partido judicial a Claudia Villafañe, que le ordena entregar sus trofeos de guerra (camisetas históricas y premios), una foto que fue subida a Twitter provocó un sinfín de reproducciones y generó que muchos recordaran con ternura el inicio de una carrera gloriosa.

La foto salió publicada en El Gráfico a fines de diciembre de 1973. La imagen es entrañable. El pibe de Villa Fiorito –con la camiseta 10 del equipo Los Cebollitas–, se acercó a consolar al jugador correntino Alberto Pacheco, que había perdido contra Entre Ríos en los Juegos Nacionales Evita, disputados en Embalse, en el Valle de Calamuchita.

Y como todo lo que hace y dice Diego genera alguna discusión, hasta en la nota publicada en El Gráfico a fines del 73 se pone en tela de juicio dónde se hospedó cuando viajó a Córdoba. Sí, una simple imagen de Maradona de purrete, genera discusión y polémica, así fue y será su vida, dentro y fuera de la cancha.

De acuerdo a las declaraciones y recuerdos de quienes estuvieron en aquella edición de la competencia, “Maradona estuvo en Embalse y no en Río Tercero” y se habría alojado en el hotel de la Unidad Turística.

Eduardo Luchini, jefe de atención al turista de la UTE, contó a El Gráfico: “Maradona vino con Los Cebollitas al Torneo Evita y no a Río Tercero como él cuenta en su libro. Fue acá, en Embalse. Y los partidos se jugaron en la vieja cancha del hotel 1, donde ahora hay una de rugby. Recuerdo que a todos nos recomendaban ir a ver un negrito que tenía la 10 de Argentinos Juniors y era una barbaridad. Me acuerdo del partido con los santiagueños. Justo ese año, 1973, empecé a trabajar acá, en los hoteles. Y estando en el hotel 6, donde había como un gran depósito de elementos deportivos, conseguimos camisetas para los chicos santiagueños, que habían tenido un problema. Me acuerdo del partido, y si mi memoria no me falla, con Maradona jugaba Domenech. Los Cebollitas los tenían locos a los santiagueños, pero sobre el final, uno de ellos les clavó un zapatazo de mitad de cancha. Y se fueron a los penales, y les ganaron a los de Argentinos. Después salieron campeones. Pero ese negrito flaquito, que después fue Maradona, era tremendo. Mucha gente iba a ver al 10. Muchos aún dicen que lo vieron en el Polideportivo. Y no, fue en la cancha del hotel 1, donde también había canchas de básquet, y ahora está todo destrozado. Había tribunas de madera. Mi viejo hacía el sonido del evento y después le dieron una medalla. No puedo recordar, pasó mucho tiempo, dónde se alojaron Los Cebollitas, si fue en hotel 3 o en el 5(…)”.

Lo que contó Luchini contradice a lo que el mismo Maradona relata en su libro “Yo soy el Diego”, a través de la pluma del periodista deportivo Ernesto Cherquis Bialo. Claro está, que para mucha gente, Embalse y Río Tercero es  lo mismo.

Diego llegó a Embalse en diciembre de 1973, con 13 años, para disputar los Juegos Nacionales Evita que se habían suspendido en 1949 y que el gobierno se decidió retomar con el retorno de la democracia.

“Cuando asumió el gobierno peronista en 1973 con el doctor Cámpora, en el lugar donde se hizo el complejo deportivo del hotel N° 1 de la Unidad Turística había un bosque. Yo mismo vi cuando arrancaron los árboles e hicieron un complejo que tenía pista de atletismo, canchas de tenis, un círculo para lanzamiento de martillo, y la cancha de fútbol”, contó a la reconocida, aunque ya inexistente revista deportiva, José Pérez, un respetado comunicador de Embalse.

El Diego o “Pelusa” como lo llamaban en su casa desde chico, jugaba para Los Cebollitas de Argentinos Juniors que dirigía Francis Cornejo.  Su participación en los Juegos Nacionales Evita de 1973 fue una de las primeras incursiones públicas del 10.

¿Cuánto de mito o de verdad generó su visita entonces? ¿Será cierto también que muchos se “peleaban” por regalarle una Coca “al negrito que la rompía cuando salía a la cancha” al final de cada partido? ¿Será real que Jorge Cysterpiller no lo dejaba ni a sol ni a sombra y era el único que le acercaba un refresco al 10? Como muchas cosas que giran en torno a la figura de Maradona quedarán en discusión entre los que fueron testigos de aquello que ocurrió tras las sierras. Lo único que no deja margen para la duda es el consuelo que aquel pibe de Villa Fiorito le dio al futbolista correntino, luego de la derrota de su equipo, y que quedó inmortalizada en una foto que pinta de cuerpo y alma cómo era Diego cuando entraba a una cancha de fútbol.

Para Diario El Ciudadano   


Por un mundo más igualitario: Las voces de los cuatro artistas argentinos que expusieron en la ONU, en Ginebra

 

Los cuatro artistas contaron cómo se gestó cada una de sus obras que llegaron nada menos que a Naciones Unidas.


Por Graciana Petrone para Revista El Visitante 

Barrotes cerrados que impiden sanar el dolor, un juego en el que sube el que más dinero tiene y baja el que no tiene, la transformación de la fragilidad a la fortaleza para poder luchar y el grito de indignación por la desigualdad de la riqueza en el mundo.

Las obras de los cuatro artistas plásticos argentinos que fueron seleccionadas para exhibirse en la sede de la ONU en Ginebra, Suiza, tras la convocatoria internacional #ImagineEquality “El arte de la igualdad. Un viaje hacia la Justicia”, están fuera de toda comprensión formal, ya que en cada una de ellas hay historias: las de sus autores y la de la gestación de la obra misma que, con sus particularidades, pronuncian un pedido desgarrador de igualdad a través de una de las formas más antiguas de expresión: la pintura.

La mega muestra, en la que fueron seleccionadas 38 obras de artistas de distintos países, concluye este 20 de octubre en el Palacio de la ONU en Ginebra y fue parte de la celebración de los sesenta años de la Fundación del Instituto de Naciones Unidas para el Desarrollo Social (UNRISD). Argentina, además, fue junto con Camerún uno de los dos países que tuvo cuatro representantes en la exhibición: Otto Gustavo Soria con su obra “Sube y Baja” –que además fue premiada– y Carlos Clementt con “Pobreza CEO” en la categoría Justicia Económica, respectivamente; Priscila Freire Yoder con “Hospital cerrado” en Justicia Social y Rubén Pérez Barrios con “El grito de la libélula” en Justicia de Género.     

Los cuatro artistas argentinos que contaron el proceso de construcción de sus trabajos de manera pormenorizada y el compromiso social y emocional que hay detrás de cada una de sus producciones.   

Otto Soria. Un juego en el que algunos pierden y otros ganan

Otto Soria hace cinco años que viene trabajando en “Libro de quejas”, una edición que consta de quince obras que, según contó, “todas responden a reclamos sociales y a la memoria colectiva. Sube y baja es parte de ese conjunto”.

Al hablar sobre cómo se gestó la pintura ganadora, una acuarela de 45 centímetros por 70 centímetros, el artista señaló: “La idea surgió por la desigualdad que hay en reparto de las riquezas y esa imagen se me ocurrió como para evidenciar cuán explotados están los pobres y que esa explotación sirve, de alguna forma, para que haya ricos”.

De hecho, Soria explicó que lo planteó como “un juego” y que en “Libro de quejas”, la acuarela está acompañada por un texto de su autoría que contiene una suerte de “instrucciones para ese juego en donde se indica que para ascender en ese sube y baja hay que usar dinero y, para descender, hay que perderlo”.

Soria trabaja en publicidad e intenta mantener al arte como un hobby para que, justamente, “la economía no invada el arte para poder crear libremente, sin tiempo de entregas”, y simplemente expresar lo que siente.

En 2022 expuso de forma individual en una galería de Puerto Madero en Buenos Aires en donde presentó todas las obras pertenecientes a la serie que integra el libro. También lo hizo en el marco de La Noche de los Museos en el aula de un colegio y el original de “Sube y baja” estuvo allí. Dibujante talentoso, comenzó con el lápiz y luego incursionó en la pintura con acuarela. “Me gusta porque tiene eso de incertidumbre, como la vida, uno piensa una cosa y después se va desbordando para otros lados y hay que ir tratando de reacomodarla. Es un poco el desafío tratar de domarla”.

Sobre la noticia de la selección, y luego la de la premiación dijo que lo alegró mucho. “Un poco el objetivo de mi trabajo –agregó– es señalar, marcar, llamar la atención sobre las cosas que considero están mal y que deberían ser de otra forma. Que Naciones Unidas tome a la obra para mostrarla es como que la amplifican, que le metieron un telescopio y la lanzaron al más allá”.

El compromiso social atraviesa todas las obras de los argentinos y a respecto Soria destacó: “Desde el arte se puede llamar la atención para que estos temas no queden tapados. Se me viene a la mente el Guernica de Picasso El arte es una manera linda de contar desgracias e injusticias y él, a través de algo muy bello, cuenta un verdadero desastre y es una forma de llegar a las personas”.


Rubén Pérez Barrios. Desde la fragilidad a la fortaleza

“El grito de la libélula” está inspirada en el 8 de mayo, el día en el que se recuerda a las víctimas de violencia institucional. En ese marco varios artistas habían sido convocados por el Ministerio de Cultura de la nación y la temática que eligió Barrios, desde la provincia de Santa Fe, fue con un hecho histórico que ocurrió en una de las comisarías más trascendentes de la ciudad capital de Santa Fe. “Un espacio que hoy se guarda para la memoria y en donde que se vejaba, se torturaba y se perseguía a grupos minoritarios, este caso al colectivo trans. A partir de una investigación, hablando con las chicas y escuchando distintos testimonios, es que surgió ‘El grito de la libélula’, una transformación de un estado de fragilidad a uno de fortaleza para la lucha”.

Pérez Barrios consideró que la obra “interpela sobre cuál es el papel de cada uno a la hora de defender los derechos”, en algunas ocasiones por la omisión, el silencio, o mirar para otro lado”.

El trabajo seleccionado del artista de profesión, de 54 años, nacido en Rosario y con más de tres lustros de vivir en la ciudad de Villa Gobernador Gálvez, es un mural de cinco metros de ancho por más de dos metros de alto. “En este momento está en la Fábrica Cultural el Molino, pero están desarmados. La idea es que a partir de la repercusión que hubo, tenga un lugar de descanso permanente en donde las personas puedan verlas en ese tamaño”.

Con casi 25 años de trabajo en el ámbito de las artes plásticas, galardonado y distinguido en varias ocasiones, Pérez Barrio dijo sobre la noticia de la sección de la UNRISD: “Siempre es un orgullo porque se trata del trabajo de uno y, especialmente, porque uno trata de comunicar cosas, uno elige el camino que va a andar a través del arte y muchas de mis obras tienen que ver con eso de lo social, o de la denuncia de distintas situaciones en el mundo y obviamente cuando hay una repercusión, cuando el mensaje que se quiere expresar llega a más personas es como un logro personal y hace que uno se sienta orgulloso de su trabajo”.

El artista rosarino trabaja pintando murales en distintos espacios abiertos en localidades del interior de la provincia de Santa Fe y el compromiso social está fuertemente vinculado a la esencia de sus obras.

“El muralismo tiene que ver con el dejar mensajes. Siempre digo que los artistas muralistas, por lo general, cuando tienen que llevar su obra a cielo abierto,  donde los espectadores son desconocidos e innumerables, se tiene pintar pensando en el espectador. Creo que eso hace que baje el ego de uno y suba la intención de poder comunicar algo. Si bien pinto en mi atelier, tengo una pasión muy marcada con pintar a cielo abierto y poder comunicarme”.

Sobre el mural en sí, Pérez barrios consideró que “es un desafío”, y que hoy “el arte tiene mucho de frivolidad y compite con la decoración”, aunque quizás sean modas o etapas, agregó que, a la hora de “hacer obras que inspiren o hagan preguntar cosas, se le da más trascendencia a lo decorativo”, pero que “es parte del juego y no deja de ser un desafío, como están las cosas, la decisión de pintar a cielo abierto con un contenido que suele ser bastante duro”.

Actualmente, el rosarino contó que tiene varios proyectos, pero remarco que los artistas necesitan más respaldo porque, en definitiva, su trabajo es un oficio: “Pagamos impuestos y no es una cuestión de pintar porque se tiene un tiempo libre. Es el trabajo de uno y a veces a nos gustaría más apoyo en ese sentido. Nos pasa al intentar vender nuestras obras y demás.

Yo puedo vivir del arte, obviamente uno lleva una vida sencilla, pero bueno, tengo esa satisfacción y que además me convoquen permanentemente para pintar murales, me dan la temática y me dejan decidir y, en base a eso, hago una composición”.

Finalmente, Pérez Barrios contó que uno de sus murales, que se erige en la Estación Rosario Norte de Rosario, tiene que ver con la migración. Se trata de una obra que habla sobre lo doloroso del destierro, ya sea el tener que haberse ido por razones económicas o por muchas otras. “Hay un alambre de púas y una muñeca enganchada en ese alambre como diciendo: los niños también sufren ese desarraigo al cruzar una frontera”.

El grito de la libélua, mural de Pérez Barrios.

Priscila Freire Yoder. Hierros como obstáculos que impiden sanar.

“Hospital cerrado” es la obra seleccionada de Priscila Freire Yoder, nacida en Córdoba. Desde que terminó sus estudios secundarios su deseo era estudiar Arte, incluso cursó dos años el Profesorado, pero según contó, debió abandonarlo por razones económicas. “Estaba entre estudiar arte o Trabajo Social. El arte me parecía como pintar flores, retratos y cosas lindas para adornar, y me dije: ‘Quiero hacer algo que pueda transformar a la sociedad’, y a la semana se inscribió en la en la Licenciatura en Trabajo Social de la Universidad Nacional de Córdoba (UCA).

Después, se trasladó a Buenos Aires en 2006, creía que iba a ser temporal y regresaría a Córdoba, pero comenzó como Voluntaria en la Asociación Civil  en la que lleva 17 años como integrante. Al tiempo se postuló para una beca de investigación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y la obtuvo, por lo cual se quedó para desarrollar la maestría en diseño de Políticas y Programas Sociales.

“La vida seguía en la intervención, trabajando desde esta asociación civil y después ingresé a trabajar en el ámbito de la Salud, primero en salas comunitarias y luego en hospitales”.

Sobre la construcción de la obra contó: “No quiero que quede como la obra puntualizar un hospital en un día, en una situación, pero la obra fue pintada a partir de un hospital en un día en una situación. Se cerró la puerta porque había paro. Nunca fui partidaria de los paros que afectan el pueblo contra el pueblo.  Nuca había visto las rejas cerradas del Hospital, la gente siempre entraba y se le decía que había paro y la gente podía llegar a la guardia”

Freire Yoder evocó que siempre que había una medida de fuerza quedaban personas y profesionales en el centro de salud que le daban cierta contención a los pacientes: “Pero ese día se cerraron los portones y no había ni siquiera atención mínima en medio de la sensación del dolor, del sufrimiento, del padecimiento y del decir: ‘No puedo pasar, no puedo acceder a que alguien me calme el dolor’.

La artista plástica y trabajadora social asiste desde su lugar a pacientes que padecen tuberculosis. “La gente llega destruida. Pueden llegar con un dolor fuertísimo, pero para ellos es parte de la vida cotidiana. Hay mujeres  que vienen a tener a su bebé y nunca se hicieron una ecografía”, señaló.

En “Hospital cerrado” la artista detalló que “hay tres personas agarrando barrotes que son obstáculos en el acceso a la salud y que a veces tienen que ver en qué momento de su enfermedad llegan a recibir la atención”.

“¿Qué nos está faltando para que la gente pueda acceder a su diagnóstico, está el acceder también al tratamiento, a la prevención, porque incluso hay enfermedades que no deberían darse? En este momento estamos tratando enfermedades que no deberían existir como la tuberculosis, que yo trabajo tanto y que sigue existiendo”.

“Creo que la gente no tiene que tener barreras para llegar a la salud y a mí me pasó el dolor por las vísceras y por eso mi cuadro es tan visceral. Le ves la mirada, lo ves por dentro, le ves los pulmones lastimados, hay una mujer embarazada y el bebé está con una expresión como diciendo ¿Qué va a ser de mí? Es lo que intenté mostrar.

Inspirada en el pintor ecuatoriano Oswaldo Aparicio Guayasamín, fallecido en 1999, Freire Yoder intenta reflejar el concepto humanista del artista que, en un período de su vida,  dejó de pintar cuadros decorativos y con la venta de una de esas obras recorrió América Latina y, cuando volvió a Ecuador, dejó de pintar lo que pintaba para empezar a reflejar el dolor del pueblo y dijo: “Mi arte es un grito de dolor que quiere herir y lastimar”.

“Creo también que mi cuadro no es solamente para mostrar el dolor, sino que intento dar esperanza”, agregó.

La artista contó que en el reverso del cuadro hay una pintura abstracta. La obra está expuesta en el hospital donde trabaja y dijo que cuando la situación en el ámbito laboral es demasiado triste y desgarradora, “cuando ya el dolor es mucho”, lo dan vuelta y muestran la obra abstracta.

La noticia de la preselección y luego de la selección final llegó con mucha emoción. Había enviado dos obras. “Estaba a la expectativa y presentía que alguno iba a encontrar su lugar porque era algo que tal vez no mostraba una belleza estética, pero que es una arte que levanta la voz de los que no tienen voz y que tienen que ser vistos y escuchados.

“Para mí, mi obra es mi trayectoria de dolor. Uno se va del trabajo pensando en que puede allanar el camino, porque algunos tienen una alfombra roja para llegar a la salud y otros tienen miles de obstáculos y tiene que ver con los vacíos, porque hay diez turnos para 500 personas que están haciendo la cola. Soy muy sensible, lo voy absorbiendo y el pincel y la pintura me permiten expresarlo”.

Hospital cerrado, Priscila Freire Yoder.

Carlos Clementt. Entre el agobio, la asfixia y lo injusto.

“Pobreza CEO” es la obra del artista Carlos Clementt quien intentó plasmar el agobio y el grito ante la injusticia en el reparto del dinero en el mundo, señalando la teoría de derrame. “A esta obra la comencé en el año 2021, cuando salió el caso de los Panamá Papers, que provocó en mí una indignación muy grande. Cuando empecé a pintar no lo hice pensando en eso, sino que fue saliendo. La característica de mi pintura es que es abstracta, no es algo figurativo. Me expreso desde el sentimiento y las emociones”, contó a un medio rosarino.

Y amplió: “Empecé a trabajar y de forma inconsciente comencé a chorrear con colores metalizados y vino al consciente que lo podía asociar con la riqueza, con la teoría del derrame. El cuadro está basado en eso, es una pared llena de agujeros donde desborda la riqueza, por eso hablaba de pintura metalizada, como cobre, plata y bronce. Estaba haciendo unos dibujos y tenía un hombre desencajado, con la cara distorsionada y lo recorté, lo probé y lo puse y quedó”.

Clementt comenzó a pintar desde muy chico, pero a inicios de los años 80 un viaje a Brasil cambiaría el rumbo de su vida cuando comenzó a trabajar pintando tablas de surf. De regreso a Rosario continuó pintando sin exponer e integró el grupo “Pintores del Oeste”. Desde hace 16 años trabaja en centros de salud en prevención de adicciones y desarrolla talleres de arteterapia.

“Cuando me lo comunicaron fue algo espectacular, que realmente no me lo esperaba, no me imagina que una obra mía iba a ser expuesta en Suiza. Es un logro importante, de ser un pintor rosarino a ser un pintor internacional, es una puerta que se abre en mi carrera. Hace 30 años que pinto y nunca pasé de las muestras en Rosario, alguna muestra colectiva en Buenos Aires, pero de repente ser reconocido es muy importante.



“La Redención del Camarada Petrov”, el nuevo libro del economista y escritor Eduardo Sguiglia

Con la solidez y la atención en el detalle preciso que lo caracteriza, el escritor Eduardo Sguiglia lanza su pluma hacia un universo de historias, acontecimientos y hechos reales, entre ellos, la sangrienta lucha de Hitler por terminar con el comunismo y, en contrapartida, la Gran Guerra Patriótica.


Por Graciana Petrone

En “La redención del camarada Petrov” (Edhasa 2023) el economista y escritor Eduardo Sguiglia regresa al pasado, con un halo benjaminiano que se vislumbra desde el título, para contar la vida de quien le da nombre al libro: el coronel soviético que tuvo que tomar, en cuestión de segundos y en soledad, la decisión que evitó una guerra nuclear entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y Estados Unidos.

Stanislav Petrov estaba de guardia la noche que fue llamada como “El Equinoccio de Otoño del 26 de septiembre 1983”. Se activaron las alarmas de que varios misiles estadounidenses se dirigían a Moscú. “El protocolo era claro: había que responder de inmediato, sin dudarlo, aunque esto desatara un enfrentamiento atómico. La moneda estaba en el aire, el futuro de la humanidad se jugaba en esos instantes”, señala la contratapa del libro. Aún así, Petrov dudó de las señales que emitían las computadoras y fue otra la historia. “Hoy vos y yo no estaríamos hablando”, dice Sguiglia en diálogo con Conclusión.

Con la solidez y la atención en el detalle preciso que lo caracteriza, el escritor lanza su pluma hacia un universo de historias, acontecimientos y hechos reales, entre ellos, la sangrienta lucha de Hitler por terminar con el comunismo y, en contrapartida, la Gran Guerra Patriótica en la que los soviéticos pretendían mostrar que habían vencido al fascismo europeo.

Y ese concepto de “Patriada que no debe confundirse con el cuartelazo (…)”, como escribió Borges alguna vez, aunque en otro contexto y en otros tiempos en el prólogo del poema “El Paso de Los Libres” de Arturo Jauretche, sea quizá lo más parecido al punto de partida de Sguiglia para contar los hechos. Porque Jauretche estuvo allí, en el frente de batalla, mientras que el personaje de ficción que eligió el economista para su novela también lo estuvo:  Se trata de Juan Meyer, un médico argentino que en “La Redención del Camarada Petrov” es utilizado para hilvanar los hechos reales.

Meyer estaba al mando de la unidad de combate soviético en una fila de partisanos y, al igual que Jauretche, puede contar la historia desde otro lugar, ya que estuvo en ella. Una novela que mantiene el vilo al lector desde principio a fin, pese a que muchos sepan el final.

— ¿Cómo surge la idea de incursionar en esta historia?

— Me enteré hace veinte años. De casualidad estaba en Naciones Unidas en Nueva York cuando trabajaba en Cancillería, y había un pequeño acto, modestísimo, en donde estaban celebrando lo que había hecho Petrov. Yo no lo conocí, lo vi a unos cuarenta metros de distancia, siempre tuve ganas de entrevistarlo, pero nunca pude. En ese momento una persona africana que estaba allí me explicó por qué lo homenajeaban. Yo me quedé impactado por el modesto homenaje. Le dieron mil dólares y una estatuilla.

—No tiene comparación lo que le dieron con lo que hizo…

— La Asociación de Ciudadanos de Suiza, en un acto de desprendimiento gigante, también le dio mil dólares y una estatuilla. Cuando volví a la Argentina, le pregunté a varios amigos y a gente que había sido del Partido Comunista y también a un gran periodista que ya no vive, que fue Isidoro Gilbert, quien me dijo que algo sabía. Él me consiguió un libro en donde se mencionaba en general el tema, y una nota muy vaga de un periodista inglés. Me quedó dando vueltas en la cabeza y no podía hilvanar cómo narrarlo. Porque yo trato siempre de encontrar una mirada argentina en estos temas y no me cerraba ningún personaje.

— Cómo iba a estar un argentino en las tropas de la URSS de entonces…

—Mientras pensaba estas cosas, de tanto en tanto, sale este documental “El hombre que salvó al mundo” que me sirvió. Reuní otros reportajes y así se fue consumando la idea. En algún momento determinado reuní materiales de algunos argentinos que participaron en la Segunda Guerra Mundial, tanto del frente occidental y otros que fueron partisanos.

—La misma muerte de Petrov fue, de hecho, algo que casi pasó desapercibido…

—Una cuestión interesante. Yo estuve en el Festival de Literatura de Alemania el año pasado y le pregunté a los propios alemanes si sabían de la existencia de Petrov y de lo que había hecho. ¡No tenían la menor idea! Es increíble cómo un hecho de esta naturaleza, que tuvo tanta implicancia para el resto de la humanidad haya quedado como olvidado. No podríamos ni estar hablando del libro y me pareció importante hacerle una redención a él, porque murió solo.

— La decisión que tomó Petrov tuvo sin dudas otras consecuencias para él…

—No la pasó bien. Vulnerar un protocolo. Imagináte la situación entre Ucrania y Rusia hoy, que alguien le vulnere el protocolo a Putin. Y a Petrov, en plena Guerra Fría, se le ocurre no cumplir el protocolo, por razones que están en la novela.

—Pareciera que cambian escenarios y actores

—Cuando estaba pensando en la novela jamás iba a suponer que iba a suceder la guerra entre Rusia y Ucrania. Buena parte de la trama es prácticame4nte el territorio en donde se está combatiendo ahora. Para mí es una enorme y a la vez terrible sorpresa. Pensé que todas estas cosas iban a ser parte del siglo pasado y pensé que, tanto Meyer como Petrov eran personajes del siglo pasado, pero esta situación los actualiza: la Guerra Fría, la lucha contra los nazis, eran parte del pasado.

—Pasan las mismas cosas de distinta forma

—Y qué tristeza. Buna parte de lo que le pasó a Petrov fue una falla tecnológica y estamos supeditados a las falencias de tecnología.

— ¿Se concluye que fue una falla tecnológica?

—En una parte de la novela hay un breve pasaje de una científica noruega, ellos lo estudiaron seriamente porque si pasa alguna catástrofe están directamente involucrados por la cercanía. Traté de resolverlo bien porque la explicación es muy compleja. Para abreviarla es un poco lo que se cita en la novela es la relación entre las nubes y la posición del Sol y de la Tierra. Nubes muy altas que, de alguna manera, por unos instantes, hicieron que aparezca en el sistema de satélites imágenes que parecían como misiles y no eran tales.

—Y la lucidez de Petrov y paradójicamente su muerte fue casi invisible…

—Paradójicamente, en un mundo hiperconectado, una muerte como la de Petrov hubiera merecido al menos veinte líneas en un diario. Este libro en buena parte es eso, una redención al camarada Petrov.

SOBRE EL AUTOR

Nació en abril de 1952 en Rosario (Argentina), vivió exiliado en México entre 1977 y 1982 y desde 1983 reside en Buenos Aires. Publicó investigaciones y ensayos: Agustín Tosco, El Club de los PoderososLa ideología del poder económico, y libros de ficción que han sido traducido a distintas lenguas: Fordlandia, No te fíes de mí si el corazón te fallaUn puñado de gloria, Ojos Negros Los Cuerpos y las Sombras. Se desempeñó como profesor regular de la UBA, primer embajador argentino en Angola y ganó dos premios nacionales de economía, en 1994 y 1998. También fue distinguido por los gobiernos de Bolivia, Brasil y Chile. Su novela Fordlandia resultó finalista del Dublin Literary Award y el periódico The Washington Post la seleccionó como una de las cuatro mejores del año 2002. The New York Times, por su parte, consideró que las novelas de Sguiglia remiten a las obras de Conrad o Kafka, en las que, frente a los extremos de un universo indiferente, los seres humanos tienen que ponerse de acuerdo con sus propios paisajes interiores. Sguiglia integró los jurados literarios de Casa de Las Américas (Cuba) y Casa del Teatro (República Dominicana) y fue uno de los siete creadores latinoamericanos premiados por la Fundación Rockefeller para residir en el Bellagio Center Arts&Literary Arts de Italia en 2017.

Nota publicada en Diario Conclusión