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“Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio… ¿cuándo, pero cuándo?, si siempre estoy llegando. Y si una vez me olvidé, las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja, titilando como si fueran manos amigas me dijeron: ‘gordo, quedáte aquí, quedáte aquí…’”. Como la voz ya agonizante y quebrada del “Polaco” Goyeneche en “Nocturno de mi barrio”, Lunita Rosarina (Editorial Homo Sapiens), el libro de Sebastián Riestra, atesora ese anclaje extraño entre el arraigo y la añoranza.
“Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio… ¿cuándo, pero cuándo?, si siempre estoy llegando. Y si una vez me olvidé, las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja, titilando como si fueran manos amigas me dijeron: ‘gordo, quedáte aquí, quedáte aquí…’”. Como la voz ya agonizante y quebrada del “Polaco” Goyeneche en “Nocturno de mi barrio”, Lunita Rosarina (Editorial Homo Sapiens), el libro de Sebastián Riestra, atesora ese anclaje extraño entre el arraigo y la añoranza.
Aunque es difícil definir en qué estadio de la literatura reposan los microrrelatos que integran la obra, lo cierto es que provocan el impacto de estar ante la vehemencia de un cancionero tanguero que aglutina al infaltable “Sur”, “Niebla del riachuelo” o “Vuelvo al sur” y resume una suerte de ‘yo estuve ahí’, ‘hice lo mismo’ o ‘la pucha, cómo pasó el tiempo’. Sin embargo, la percepción táctil, olfativa, visual y auditiva de esas imágenes reconstruidas por el autor, son absolutamente nítidas y tangibles aunque los años, definitivamente, hayan trascurrido implacables.
El lanzamiento del libro tuvo lugar en el Auditorio de la librería Homo Sapiens y convocó a numerosos “amigos y lectores” a los que el autor agradeció su presencia, visiblemente conmovido. Lo acompañaron los escritores Marcelo Scalona y Andrea Ocampo, quienes expusieron sendos análisis sobre el trabajo presentado, el cual corresponde al tercer título de la colección “Ciudad y Orilla”.
El lanzamiento del libro tuvo lugar en el Auditorio de la librería Homo Sapiens y convocó a numerosos “amigos y lectores” a los que el autor agradeció su presencia, visiblemente conmovido. Lo acompañaron los escritores Marcelo Scalona y Andrea Ocampo, quienes expusieron sendos análisis sobre el trabajo presentado, el cual corresponde al tercer título de la colección “Ciudad y Orilla”.
Lunita rosarina reúne escritos breves que Riestra publica semanalmente en la edición online del diario La Capital de Rosario, en donde también se desempeña como subsecretario de Redacción. “Cuando en el diario se plantean las columnas web como espacio abierto, no hay indicación alguna para que uno pueda ejercer su pluma”, dijo el autor, por lo que decidió lanzarse “en las aguas de la primera persona”. Los escritos, según explicó, son totalmente ajenos a la información o a la cobertura y hablan sobre la ciudad, el amor, el país, la política, los bares, las calles, los libros y los amigos.
¿Misceláneas o Aguafertes arltianas?
“No me gusta el rótulo de Aguafuertes, – expresó Ocampo – aunque bien capturan el espíritu de las arltianas ya que circulan del mismo modo: en un diario y ahora en un libro”. Para la escritora, algunos de los relatos de Riestra rondan la crónica y otros mutan hasta convertirse en microficciones: “Sobre todo, se mueven en el borde, terreno peligroso, donde la crítica social se mezcla con la poesía y la política se cruza con el recuerdo personal”.
Según Scalona, Lunita rosarina es una línea de construcción lírica formada por textos breves o misceláneas, con la capacidad de construir sintagmas con un enorme cuidado. “Eso hace que en una prosa como ésta se pueda saborear el impacto lírico y la conmoción, más allá de la revelación de una verdad o la denuncia de una justicia”, agregó.
“Por la libertad y por aquel amigo que ya no está”
Uno de los momentos más conmovedores de la noche ocurrió, casi al final del encuentro, cuando Riestra dedicó Lunita Rosarina a Omar, “un entrañable amigo y compañero de andanzas”, fallecido. “Negro, por la libertad”, dijo, después de llenar su vaso de una petaca (que bien pudo estar cargada de gin o ginebra, aunque carezca de sentido saber de qué bebidas se trataba) y lograr que más de un presente se emocionara hasta las lágrimas. Seguidamente leyó el texto “Adiós al amigo”, transcripto al pie de esta nota.
“Una ciudad entre los bulevares – dijo Ocampo – donde las donde las generaciones confluyen y reconocen como pequeña ciudad interior y en ella especiales lugares de encuentro”. El libro, sin dudas, encierra la magia de un modo de mirar, de un espacio común, de un sitio inefable en el que sólo los rosarinos reconocen el arraigo, tal vez el amor (por qué no el desamor) y todos los sitios transitados que quedaron atrás, ya sean edificios demolidos, bares que cerraron sus puertas o, simplemente, que fueron sepultados por el olvido.
Adiós al amigo, por Sebastián Riestra
Fue una época de alcoholes estridentes y andanzas sin límite. La ciudad empezaba donde nosotros queríamos y no se terminaba nunca. La noche, en cambio, y como la vida, tenía fin: inevitablemente llegaba, inoportuna pero bella, la mañana.
(Y nos encontraba en cualquier parte, riéndonos casi siempre. Irreverentes, salvajes y –ahora lo comprendo– hermosos en nuestra desafiante libertad, que se negaba a ser vencida por el mundo, por la razón y por los años).
Ahora, claro, es tarde. Como suele pasar, llegó primero la muerte y se quedó con todas las flores. Las flores se pudren y los recuerdos pasan. Pero hay un poco de tiempo, antes, para que intenten salvarlos las palabras.
Y eso es lo que busco hacer aquí, salvar a los recuerdos de la muerte que se llevó al amigo. El ya está muerto pero por favor que no le pase lo mismo a la memoria. El ya se fue, malamente y dolorido, pero no vamos a dejar que el dolor nos derrote y nos aplaste o nos convierta en polvo y en olvido.
La ciudad se abría generosa y nosotros la andábamos sin miedo. Éramos amigos como sólo a los veintipico se es amigo. No nos importaba casi nada, es decir, nos importaba lo importante. En esa lista no figuraban el dinero ni las mujeres: sí el amor, que no es lo mismo. Y los libros, los discos, los árboles, los ríos, las botellas, las ideas, las calles, los perros, los naipes, la dulzura.
Creíamos en los gestos y éramos capaces de tenerlos. Creíamos en la aventura y teníamos el coraje de buscarla. Creíamos en el mar y fuimos a verlo.
Lo que nos separó después no importa. Estaremos siempre juntos en alguna vereda. Nuestras sombras se quedaron por ahí abrazadas. En algún barrio caminamos zigzagueando un poco: ginebras que recorrimos de la mano.
No hace falta nada más que haber estado. Con eso alcanza. Lo hicimos una vez y nos florece. Se nos escapan los pétalos por la boca. Volamos tanto que nos confundimos con el cielo.
El Negro anda en los bares y en nosotros. Hasta que otra vez nos reunamos, lo seremos. Bandera que entregamos al viento.
Amigo.
Amigo.
Sebastián Riestra |
Datos del autor
Sebastián Riestra nació en Rosario (1963), publicó cuatro libros de poesía: El ácido en las manos (1991), El porvenir de los muertos (2002), Clitoriana (2003) y Romero (2004).Participó en diversas antologías poéticas, coordinó talleres y ciclos en Rosario, Buenos Aires, La Plata y la provincia de Santa Fe. Actualmente es subsecretario de Redacción diario La Capital de Rosario.
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