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Horacio González |
Hace más de seis años que dirige la Biblioteca Nacional, el lugar por donde pasaron las grandes definiciones culturales de las épocas a lo largo de la historia argentina, fundamentalmente durante el siglo XIX. Portador de un diálogo insoluble y filosófico, Horacio González enfrenta uno de los cambios más profundos y paradigmáticos de la actualidad: las formas de lectura y apropiaciones que genera el libro electrónico, entre aquel ideal romántico en donde todo tiempo pasado fue mejor y la necesidad de adaptarse a las nuevas tecnologías.
—Hay símbolos e historias detrás de los libros, pero en la actualidad pareciera que en los adolescentes el grado de pertenencia y apropiación de esas tradiciones se dibuja sobre una línea un tanto difusa. ¿Por qué?
—Es cierto que hay una discontinuidad en la cultura y eso da la oportunidad a las nuevas generaciones de retomar el hilo. En este momento están cambiando las modalidades de lectura y los focos de interés cultural, aunque es difícil imaginar una sociedad o un tiempo histórico sin las mismas tareas culturales que se reiteren, bajo distintos nombres, a lo largo de todos los tiempos. Lectura va a haber siempre y desinterés (o el juicio sobre el desinterés) también va a existir. Siempre habrá quien declare que la generación anterior o la que le sigue son desinteresadas.
—¿Los momentos históricos marcan los modos de apropiaciones culturales?
—No en vano hay un cierto privilegio por nuestro propio tiempo y por eso es común que digamos "mi tiempo". Siempre creemos que hay una edad dorada, aquel tiempo que se presentaría como adánico, primitivo; un tiempo del nacimiento de las cosas al que nosotros habríamos asistido y hubiéramos tenido ese privilegio. Cada generación hace un cómputo respecto a la desaparición de las cosas que nos hubieran interesado, pero hay que tener confianza en que cada vez alguien retomará el hilo. Introducirse a un tema es algo que no tiene una explicación fácil y todos parecemos susceptibles de ser declarados vagos, indiferentes, de estar al margen del conflicto o preocupados por nuestras propias cosas. Sin embargo, tarde o temprano, levantamos el hilo suelto que parecía extinguido.
—El libro electrónico es causa de continuos debates. ¿Cómo trabaja la Biblioteca Nacional los proyectos relacionados con esa cuestión?
—El libro electrónico convive con todas las formas de libro conocidas, pero nosotros tenemos la obligación de declarar como forma superior el libro de papel. El libro electrónico es una pequeña biblioteca ambulante que genera la posibilidad de que algunas librerías y bibliotecas puedan ser sometidas a un severo interrogante. Las mediaciones urbanas o la experiencia vital del libro podrían desaparecer y no me gustaría que eso ocurra, por lo tanto ahí hay una gran responsabilidad de las empresas que difunden el libro electrónico. Cuando se habla de soporte, la civilización no es una cadena de soportes que van desde el DVD al iPhone, sino que es un conjunto de soportes asimétricos y discontinuos. De modo que no puede ser igual el libro electrónico al de hace cinco o seis siglos. Soy favorable a los procesos de digitalización, pero no hay en Argentina una política general de digitalización como en Francia, que hace de eso una cuestión de Estado y de disputa del control de la cultura. Acá eso no existe. Hay tecnología pero faltan proyectos generales, que deberán discutir las instituciones junto a los encargados de definir las políticas públicas.
—¿Es probable, entonces, que las generaciones nacidas en la era digital encuentren su significación en el libro electrónico?
—Es probable, pero no he visto personas por la calle hoy con el libro electrónico. Hay un locus, un lugar de la lectura del mundo que puede ser una biblioteca o un ómnibus; el libro electrónico lo sustituye pero no arraiga la experiencia primigenia del lector urbano. Uno imagina que avances técnicos pueden llegar a reproducir con cierta fidelidad, aunque no sea lo mismo, los efectos de la lectura del libro tal como se la conoce hasta ahora. Por un lado es innovador y por otro, hace como que la cultura vuelva a épocas muy pasadas en donde sólo existía la relación forma-contenido. La reproducción técnica es maravillosa al nivel del descubrimiento de nuevos aparatos, pero al mismo tiempo retrocedería a una forma primitiva de la relación forma-contenido.
—¿Cómo vive la Biblioteca Nacional su bicentenario?
—Tiene un paralelismo casi riguroso con los períodos históricos y sociales de la Argentina, desde Mariano Moreno hasta hoy. A pesar de que en su momento hubo directores que estuvieron más de cuatro décadas, hoy la biblioteca no está por encima de los momentos culturales. Eso siempre está sometido a discusión, si la Biblioteca es parte del Estado pero se expresa en un plano más inmune que el Estado a las vicisitudes políticas o si vive la vida política del Estado. Es un dilema interesante.
—¿Esos dilemas se han replanteado luego de la dictadura?
—La Biblioteca vive la vida de los ciclos políticos de la Argentina, lo que presupone un cambio de estatus. Antes los medios de comunicación dialogaban con el Estado de otra manera, eran parte del Estado y al mismo tiempo se situaban con un cierto privilegio de la palabra cultural. Hoy quienes pueden reclamar a los Estados son los medios de comunicación y tal como aparecen hoy en el mundo contemporáneo, las bibliotecas deben replantearse su situación, ya que hoy no son el centro por donde pasan las definiciones culturales de la época. Lo eran hasta la época de Paul Groussac y también en ciertos momentos donde estuvo Borges, simplemente porque estaba Borges. Hoy las bibliotecas quieren salvarse desde lo social o comunitario adquiriendo rápidamente las tecnologías, lo que en cierto punto es necesario, pero también deberían recuperar su autonomía cultural.
Instantánea
Horacio González (Buenos Aires, 1944) se doctoró en Ciencias Sociales en la Universidad de San Pablo en 1992. Además de director de la Biblioteca Nacional, es profesor en la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Rosario y en la Facultad LIbre. Es editor de la revista "El ojo mocho" y entre sus libros se encuentran El filósofo cesante, Arlt: política y locura, El arte de viajar en taxi y Aguafuertes pasajeras. González participará en un encuentro donde se discutirá en torno a la conservación de obra plana, que se desarrollará el 17 y 18 de este mes, en el Centro Cultural Parque de España.
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