I
Fronteras, fronteras y fronteras. Hileras de colinas enhiestas entre huellas de sándalos. No pudo más el dolor que su deseo de cruzar a pie el desierto.
Recuerdo el día que decidió emprender su viaje: harta de posibles desencuentros, del eterno ocio cubriendo su piel con la misma vehemencia con que la bruma amalgamaba la sed en los rostros de los marinos, lió sus palabras y abandonó la ciudad.
Una mañana logró ver el rostro del desconocido que había dormido en su cama y en acto de soborno a la infidelidad de sus convicciones, recordó la similitud del zaguán de su infancia con la quietud de las parroquias y los conventos…Un sudor urálgico le brotó de las sienes. Temor de no poder amar jamás. Pánico, sembrado desde la puerta de entrada de su apartamento hasta el retrete.
Y ante el desdén por los incestos, los encuentros mal habidos y los adulterios consecuentes, optó por tomar su brújula y, desembarazada de maletas, boletos y autobuses convulsivos emprendió una romería sobre médanos y dunas.
Acaso el sol resquebrajando sus pupilas o el titular del periódico anunciando una posible rebelión de las aves de rapiña sobre los mamíferos y los reptarios, la obligaron a abandonar sus costumbres mundanas.
II
No hizo más que andar y andar durante días Dedicaba las noches a fermentar de alcohol su cerebro e indagaba en los sueños si habían existido (o si tan solo fue una visión fantasmagórica) las dulces voces que alguna vez supo escuchar. Y a medida que sus pasos adoptaban un ritmo de recluta mucho más lejanos quedaban sus recuerdos.
Jamás perdió la conciencia ni le fueron indiferentes el paso de los atardeceres y las noches. Llevaba uno a una en la cuenta los días, mas su piel no envejecía.
III
La reclusión en su infernal memoria. Deshacerse de la promiscuidad y el manipuleo absurdo de la vulgaridad y el descarte.
Una madrugada, aún amaneciendo, sintió que sus huesos enflaquecían a mayor velocidad que las sirenas de los buques y entonces, el temor de no poder continuar su camino le quitó el habla. Comprobar, estoicamente, que ya no recordaba ni su nombre.
IV
A menudo evocaba los ojos de su amado... ¡Oh claridad y visones estruendosas...!
Como una enorme bola de hierro maniatada a sus tobillos había vagado con el durante siglos, sin embargo una noche antes de la última frontera derramó, en la memoria de su bien, más de mil lágrimas.
V
Dos noches antes de llegar soñó con una infancia ensombrecida pero prometedora... El abisal secreto de su sueño la cubrió de espanto. Acaso el saber indicarnos por nuestros propios medios el camino hacia el cadalso, o arrancarnos la piel de abdomen, a tirones, palpándonos una a una las vísceras, pero manteniendo siempre intacta la cordura o la capacidad de discernir entre la decrepitud y los dones... ¿ No es posible que puedan proporcionarnos aún más invulnerabilidad...?
VI
Se negó rotundamente a que degollaran su pescuezo. En cambio sí pidió que la estaquearan en la arena. El sol, secaría hasta la última gota de su sangre. Tal vez sus huesos se harían polvo, tal vez, sus visones palabras.
Fronteras, fronteras y fronteras. Hileras de colinas enhiestas entre huellas de sándalos. No pudo más el dolor que su deseo de cruzar a pie el desierto.
Recuerdo el día que decidió emprender su viaje: harta de posibles desencuentros, del eterno ocio cubriendo su piel con la misma vehemencia con que la bruma amalgamaba la sed en los rostros de los marinos, lió sus palabras y abandonó la ciudad.
Una mañana logró ver el rostro del desconocido que había dormido en su cama y en acto de soborno a la infidelidad de sus convicciones, recordó la similitud del zaguán de su infancia con la quietud de las parroquias y los conventos…Un sudor urálgico le brotó de las sienes. Temor de no poder amar jamás. Pánico, sembrado desde la puerta de entrada de su apartamento hasta el retrete.
Y ante el desdén por los incestos, los encuentros mal habidos y los adulterios consecuentes, optó por tomar su brújula y, desembarazada de maletas, boletos y autobuses convulsivos emprendió una romería sobre médanos y dunas.
Acaso el sol resquebrajando sus pupilas o el titular del periódico anunciando una posible rebelión de las aves de rapiña sobre los mamíferos y los reptarios, la obligaron a abandonar sus costumbres mundanas.
II
No hizo más que andar y andar durante días Dedicaba las noches a fermentar de alcohol su cerebro e indagaba en los sueños si habían existido (o si tan solo fue una visión fantasmagórica) las dulces voces que alguna vez supo escuchar. Y a medida que sus pasos adoptaban un ritmo de recluta mucho más lejanos quedaban sus recuerdos.
Jamás perdió la conciencia ni le fueron indiferentes el paso de los atardeceres y las noches. Llevaba uno a una en la cuenta los días, mas su piel no envejecía.
III
La reclusión en su infernal memoria. Deshacerse de la promiscuidad y el manipuleo absurdo de la vulgaridad y el descarte.
Una madrugada, aún amaneciendo, sintió que sus huesos enflaquecían a mayor velocidad que las sirenas de los buques y entonces, el temor de no poder continuar su camino le quitó el habla. Comprobar, estoicamente, que ya no recordaba ni su nombre.
IV
A menudo evocaba los ojos de su amado... ¡Oh claridad y visones estruendosas...!
Como una enorme bola de hierro maniatada a sus tobillos había vagado con el durante siglos, sin embargo una noche antes de la última frontera derramó, en la memoria de su bien, más de mil lágrimas.
V
Dos noches antes de llegar soñó con una infancia ensombrecida pero prometedora... El abisal secreto de su sueño la cubrió de espanto. Acaso el saber indicarnos por nuestros propios medios el camino hacia el cadalso, o arrancarnos la piel de abdomen, a tirones, palpándonos una a una las vísceras, pero manteniendo siempre intacta la cordura o la capacidad de discernir entre la decrepitud y los dones... ¿ No es posible que puedan proporcionarnos aún más invulnerabilidad...?
VI
Se negó rotundamente a que degollaran su pescuezo. En cambio sí pidió que la estaquearan en la arena. El sol, secaría hasta la última gota de su sangre. Tal vez sus huesos se harían polvo, tal vez, sus visones palabras.
"Cuanto dolor en esa pobre alma. No vale quedarse sólo en los recuerdos de posibles vidas ya pasadas, o ya futuras. Lo que vale es caminar, enfrentar las desgracias o venturas. Hay que mirar atrás para ver cuanto caminamos, de donde venimos, y juntar coraje para seguir adelante, enfrentando tempestades." Que duro cuento che, muy vívido, muy directo, sin tapujos, sólo dolor. Excelente me gustó mucho, en especial el párrafo final.
ResponderEliminarGracias, no sé quien sos pero de verdad te agradezco tus palabras. No hace mucho tiempo, le pedí a una persona que, de hecho, ocupa un luagr de prestigio en el ambiente literario de Rosario, que me hiciera un prólogo para esta serie de relatos que integran el libro "Amantes burlados", pero contra toda mi ilusión, me dijo que los rompa, que no servían y que no valía la pena publicarlos. Jamás se me ocurriría echar a la basura algo en lo que puse sangre, alguna vez. Por malos que sean, son aprte de mi historia. Gracias!!
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