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domingo, 29 de mayo de 2011

LUNITA ROSARINA, tercer tomo de la colección Ciudad y Orilla

http://www.lacapital.com.ar/ed_senales/2011/5/edicion_135/contenidos/noticia_5125.html
Con una fuerte impronta Poética, el periodista y escritor Sebastián Riestra, despliega su más auténtico carácter de flaneur.


Si algo distingue a Lunita Rosarina es la mirada pasional y crítica con que el periodista y escritor, Sebastián Riestra, evoca el pasado, describe lugares transitados y, sobre todo, construye realidades e imaginarios comunes. Basta con sumergirse en sus páginas para navegar  por un río de recuerdos al que convierte en coincidencias proféticas y donde la complicidad del lector no es necesaria, porque su narrativa, sencillamente, cautiva y enamora.

El libro contiene las columnas publicadas en la edición online del diario La Capital y otros relatos inéditos. “Los escritos son totalmente ajenos a la información o a la cobertura - indica el autor – hablan sobre la ciudad, el amor, el país, la política, los bares, las calles, los libros y los amigos”. No resulta fácil definir en qué estadio de la literatura reposan, pero lo cierto es que la lectura completa de la obra produce el impacto de estar frente a un cancionero tanguero.

“Con la excepción de los blues y algunas coplas andaluzas - dijo alguna vez  el maestro Horacio Ferrer - no hay otra expresión que le cante a un cosaco que se tiró al Don o a quien está enamorado y la ‘madama’ no le da pelota. El tango le canta a todo: al tachero, al suicida, al filósofo o al pituco”. Lo mismo hace Riestra, quien expone con vehemencia el recuerdo del amigo muerto, el desarraigo, el cobijo generoso de una cantina en Montevideo y el dolor provocado por la desaparición de viejos hogares, edificios demolidos y aquellos bares que cerraron sus puertas o, simplemente, fueron sepultados por el olvido.      

Con fuerte impronta poética
El libro está dividido en cuatro segmentos: Homenajes, Diatribas, Paisajes y Amores. Su ordenamiento, lejos de ser arbitrario, marca el rumbo de la lectura que el autor desea que se lleve. Tal vez, el idéntico recorrido que trazó al escribir Lunita Rosarina, con “los zapatos que pisan las mismas baldosas de hace dos décadas”, mientras mantuvo “tibio el espíritu y el cuerpo preparado para enfrentar la intemperie” en una “ciudad llena de soledades”. Riestra no deja espacios librados al azar y es obsesivo, tanto en sus intenciones como en la construcción de su prosa, la cual carga una fuerte impronta poética.

Homenajes reúne textos que, como plegarias, se elevan y reviven musas perdidas: el amigo que se fue, las bellas mujeres del cine (en los años ’50), la voz de Karen Carpenter o el espíritu de Facundo Marull que deambula en silencio, sin dar señales de vida o de muerte aún, porque “nadie sabe dónde está, nadie contesta. Pero tampoco hace falta porque lo que escribió vive”. En Diatribas desnuda, sin reservas, su más auténtico carácter de flaneur. Camina las calles, deambula, observa, sufre y repliega al máximo sus sentidos, pero las imágenes que captan sus pupilas lo fastidian, lo ensordecen y lo atrapan en una telaraña de voces que no dicen nada. Lo agobia el desconcierto de una burguesía naturalizada en donde “la literatura no le importa a nadie”, aunque “en medio del verano implacable, sumergida bajo las olas del consumo, la ciudad aún vive”.

Paisajes y Amores reúnen relatos que van a resucitar pasados comunes y a evocar sitios  únicos e irrepetibles que, de tan cotidianos, apenas pueden describirse: “plazas, bares, librerías de viejo. Cine, árboles, balcones y ventanas”, recuerdos que el autor rescata de su memoria y son capaces de revivir un beso debajo del árbol de moras (en la plaza Bélgica) el fainá de la pizzería Santa María (que no es la ciudad de Onetti) y también aclara (en caso de que el libro haya caído en manos de un joven lector) que la disco Luna alguna vez se llamó San Telmo y que El Chaco y El Rafa fueron bares: “Porque el tiempo es implacable – apunta – Barre con las personas y también con los lugares”.

Lunita Rosarina es un libro que no sólo pretende luchar contra el olvido a través de la belleza de su narrativa, sino que impone dogmas y obliga, de manera irrevocable, a una lectura política: porque las salas de cine sucumbieron ante el despotismo neolieberal de los años ’90; porque los mejores libros se llenan de polvo y yacen en los rincones más oscuros de la librerías; porque hay “muchos a quienes el país les pasa por arriba, por abajo y por al lado pero nunca por adentro” y porque “Rosario es un enigma que aún no se ha descifrado”.


Del autor
Sebastián Riestra nació en Rosario (1963). Publicó cuatro libros: El ácido en las manos (1991), El porvenir de los muertos (2002), Clitoriana (2003) y Romero (2004). Integró las antologías La única ciudad (poesía) y Autopista (cuentos). Participó de numerosas lecturas, coordinó talleres y ciclos culturales en Rosario, Buenos Aires, La Plata y Santa Fe. Intervino, entre otros eventos, en los Festivales Internacionales de Poesía de Rosario y de la Feria del Libro de la Buenos Aires. Forma parte del staff de las revistas literarias Facundo y El jabalí. Actualmente se desempeña como sub secretario de redacción del diario La Capital, donde también es columnista.    

viernes, 13 de mayo de 2011

Doña Mariñha

Graciana Petrone


Matías y yo nacimos en el mismo año. Íbamos a la misma escuela, éramos del mismo barrio y, por lo tanto, nuestra amistad fue forjándose desde muy pequeños. Vivíamos a dos casas de por medio, entre el quiosco de ventana de Don Juan y la casita de Doña Beba, la curandera. Un barrio alejado del centro con la sencillez y características propias de esos lugares donde el sol nunca deja de caer, las calles se confunden con las veredas y los maridos salen de madrugada a trabajar en las fábricas y las esposas los despiden y los esperan cuidando de sus casas y de sus hijos.
La casa de Matías tenía dos ventanas en el frente, un patio atrás y en el fondo una pieza en la que su mamá había montado un pequeño taller de costura. Cada una de las mujeres del barrio hacía alguna tarea extra para ayudar a sus maridos. Mi madre, por ejemplo, criaba gallinas. Papá le había construido un galpón donde ella trabajaba con esmero para que los animales rindieran sus frutos y así, los domingos podíamos vender los huevos en la feria o a Don Carmelo, en el almacén.
Mi casa, a diferencia de la de Matías, tenía un pequeño jardín de rosas sembradas en el frente a las que mi madre cuidaba celosamente de todo daño. Los rosales florecían en destellantes capullos, ella solía decir que tanta belleza podía provocar la envidia de las demás comadres y a veces hasta se enojada por los halagos. El cuidado del jardín era casi una obsesión.
Enfrente había un terreno baldío donde nos cruzábamos con Matías a jugar en las siestas, era nuestro reducto en el que pasábamos horas interminables. El terreno terminaba sus fondos en la mitad de la manzana y por uno de sus lados, tras un tapial rústico y sin revocar, vivía Doña Marhiña. La llamábamos “la vieja de las gallinas” porque era fiel clienta de mi madre y en el último mes le había llegado a comprar más de seis animales.
Doña Marhiña Souza Do Nacimento era su nombre completo, así se decía en el barrio. Venida de quién sabe qué oscuro rincón del Brasil, de piel morena, rasgos aborígenes y una sonrisa de dientes blancos como perlas. Tenía siempre el pelo enmarañado y un andar cojo que le daban un aspecto un tanto extraño.
Mi madre, que era el colmo de la pulcritud le decía "la vieja haraposa", pero la saludaba con amabilidad cada vez que la cruzaba por la calle porque entre las compras de las gallinas y la venta de huevos en la feria, había podido reunir el dinero suficiente para ponerle la membrana a los techos de la casa.
Cuando nos internábamos con Matías en el baldío, escapándonos de nuestras madres, solíamos espiar a la vieja de las gallinas. Los fondos de su casa estaban abandonados, sucios y con la tierra reseca, aunque removida, de tanto en tanto, porque a menudo observábamos montículos de tierra diseminados por el suelo, como si alguien hubiera hecho pequeñas excavaciones. Otras veces, después de proveernos de una copiosa artillería de piedras y bolitas del paraíso, nos divertíamos molestando a sus gatos, no sin antes cerciorarnos de que estaba dormida o no se encontraba en la casa. Doña Marhiña siempre nos sonreía al cruzarnos por la calle y su amabilidad nos dotaba, día a día, de una impunidad reconfortante.
Una tarde, en la que no desistíamos de importunar a sus gatos, Matías le pegó sin querer al vidrio de la ventana de la cocina haciéndolo pedazos. Nos escapamos corriendo tanto como nos dieron las piernas, tratando de que nadie se diera cuenta de lo que pasó. Al día siguiente la vieja golpeó mi puerta, yo temí que fuera a reclamarle a mi madre el vidrio roto pero en vez de eso, sin dejar de sonreir ni por un instante me pidió que llamará a mi mamá y sentí alivio cuando escuché que le encargaba una gallina. Si en casa se enteraban de lo que habia hecho Matías, yo  seguramente iba a recibir una buena paliza.
Esa misma siesta Matías tocó mi ventana para que fuéramos al baldío, traía una considerable provisión de piedras. Accedí y, como era nuestra costumbre, nos trepamos al tapial. Pero esta vez Doña Marhiña no dormía la siesta. Estaba en los fondos vestida con una holgada túnica blanca y un turbante color púrpura enroscado en su cabeza. Había montado una suerte del altar, sobre él estaba la gallina que había ido a buscar a mi casa en la mañana, vivita y maniatada por las patas y el pescuezo.
Sin cruzar las miradas e invadidos por un miedo inusual, vimos como la vieja, sosteniendo una cuchilla en las manos y murmurando entre dientes quién sabe qué conjuros en su idioma natal, abrió la panza del animal desde el cogote hasta la cola. Solo atinamos a correr. Yo no sentía mis pies. Trepé por la ventana de la pieza y me senté en el suelo con las piernas encogidas  y puse mi cabeza entre ellas.
Esa noche me costó dormir, tenía en mi mente los ojos de la gallina abiertos como dos estopas al sol y la sangre del animal chorreando sobre la tierra reseca.
Cerca del amanecer me despertaron los gritos de mi madre. Me levanté para ver qué estaba pasando y, sin poder creerlo, vi  cómo los rosales del jardín estaban totalmente marchitos. Parecía como si la mano de mandinga hubiera arrasado con ellos. Entre tanto escándalo llegó la mamá de Matías. Primero pensé que era a por los gritos pero traía a mi amigo casi desmayado entre los brazos. Tenía la mirada desencajada.
-     Despertó muy mal. Anoche le descubrí unas marcas alrededor del cuello. Vuela de fiebre y no se despierta. Doña Beba dice que si las marcas se cierran lo van a estrangular.
Me acerqué a Matías, intenté decirle algo pero no pareció escucharme, tenía los ojos en blanco como si estuviera poseído. Le agarré la mano, pensé en que la fiebre debió haber cedido bastante porque su mano estaba helada. 
Faltaba sólo una hora para que los gallos empezaran a hacerse escuchar desde los fondos de la casa. Hacía frío, me distraje con las gotas de rocío qie se oegaban a los tallos de los rosales resecos. En poco tiempo tendría que levantarme para ir a la escuela entonces entré a casa y me acosté, pensando en que con suerte, podría dormir un rato más. 

viernes, 6 de mayo de 2011

Eduardo Jozami: “Los sectores que en al actualidad conspiran contra el Gobierno son los mismos responsables que conspiraron en el ‘76”

El Espacio ofrece importantes actividades como la Colección Permanente de artes plásticas, presentaciones editoriales, seminarios, recitales y cine, entre otras. Cuenta con la Biblioteca y Centro de Documentación Obispo Angelelli, cinco salas para exposiciones y un teatro con capacidad para más de 300 personas.      

Graciana Petrone, para "Nuestra Cultura", revista de la Secretaría de Cultura de la Nación   
http://www.cultura.gov.ar/archivos/nuestra_cultura/nuestra_cultura11.pdf

Cada sitio tiene su aroma y color especial o una música hecha con rumores y sonidos que le son propios, pero el impacto que produce recorrer el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (CCMHC), no es fácil de explicar. En el lugar funcionó el Centro de Estudios Estratégicos de la Escuela de Guerra Naval. Forma parte de un conjunto de edificios comunicados entre sí por calles internas y a su vez custodiados por verdes intensos y árboles gigantescos. Algo extraño gravita en el aire y produce sentimientos encontrados a los que nadie resulta ajeno. Cuesta entender, entonces,  cómo tras esa paz, el espacio carga la impronta nefasta de haber sido sede de planificación de vejaciones, abusos, torturas y muertes perpetradas contra miles de ciudadanos durante la última dictadura militar.

Aunque su fachada se mantiene intacta, el interior está totalmente remozado. Techos altos, estructuras modernas, áreas funcionales, enormes murales y una gran luminosidad, son algunos de los ejes que lo atraviesan. Al ingresar, la sensación es de una calma definitiva, capaz de superar cualquier rastro de orfandad. Justamente la tarea del CCMHC es la de generar un lugar de debate y reflexión para “asegurar la transmisión entre generaciones que quiso cortar la dictadura”.

Lejos de celebrar un culto al horror, el Espacio propone, de la mano del arte, el análisis y la investigación de la historia reciente, motivar al reconocimiento y la introversión. Entre sus actividades más destacadas se encuentran los Seminarios Internacionales de Políticas de la Memoria que se llevan a cabo en forma anual y que convocan a destacados panelistas de todo el mundo. Su director, Eduardo Jozami, habló, entre otros temas, sobre las decisiones tomadas por el ex presidente Néstor Kirchner durante su mandato, las cuales fueron determinantes para la recuperación de los distintos Espacios de Memoria en  el país.   


Entrevista a al escritor y periodista Eduardo Jozami, director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.

¿Se desarrollan en Argentina actualmente políticas de la memoria?
Hoy existen en el país políticas públicas de la memoria. Es una de las prioridades de este Gobierno y aspiramos a que sean políticas que tengan continuidad, ya sea desde los juicios hasta la recuperación de todos los sitios de memoria. La ex ESMA no es el único caso, también está el Olimpo, un sitio donde se desarrollan muchas actividades culturales, como en otros lugares del país. En particular, el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti tiene, en el marco del proyecto general, además de la premisa de convertir el predio en un espacio de memoria, la de ser un centro cultural de la memoria para tratar de entender que la recuperación de la memoria no es solo el recuerdo sino también el rescate de las luchas populares de esos años, lo que supone necesariamente un proceso de reflexión. Lo que nosotros tratamos es estimular el pensamiento sobre lo ocurrido.

Tras la muerte del ex presidente Néstor Kirchner se vivieron momentos de profunda emotividad. En aquella oportunidad, el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Eduardo Luis Duhalde, afirmó que se estaba frente a una “segunda primavera camporista” ¿Nota cambios significativos en la participación política de los ciudadanos?

Siempre hay hechos que en la sociedad se vienen gestando e incubando, pero que necesitan de un disparador para mostrarse en toda su importancia. Hacía ya un tiempo que se veían claramente fenómenos intensos e interesantes, como una mayor participación juvenil, el debate sobre la Ley de medios o el acto del 11 de marzo. Por otro lado estaba cambiando cierto humor con respecto a la gestión de Gobierno, fundamentalmente de la clase media. Todo eso hizo una eclosión desbordante, seguramente porque toda muerte impone un balance, un balance que fue positivo, sumado a que la gente se sintió conmovida ante su muerte.

¿Cuánto tuvo que ver el ex presidente Néstor Kirchner en la recuperación de éste y otros Espacios de Memoria y en los juicios de lesa humanidad, brindando su apoyo a las distintas organizaciones de Derechos Humanos en el país?
Fue ‘el Presidente de la memoria’. Fue quien dijo que no iba dejar sus convicciones en la Casa de Gobierno y recordó las luchas populares de los años ‘60 y’70. Si bien hizo cosas que no inventó el Gobierno, no hubieran sido posibles de no haber estado al mando de Gobierno que se hiciera cargo.

A diferencia de aquellos años, ¿por qué cree que no hoy no se presenta la violencia en la participación política?  
La violencia no se da en la política actual por dos razones: primero, porque la sociedad argentina tuvo una mala experiencia (aunque todos hagamos lecturas diferentes), hubo un trauma social respecto a la violencia y, por otro, porque parece haber cierto consenso respecto a las transformaciones sociales. Y aunque en este momento, mientras nosotros estamos hablando, en otras partes del mundo se estén librando guerras, ese tipo de violencia ya no está presente en la vida social del país.

Hace tres años que de forma ininterrumpida el Centro desarrolla seminarios de carácter internacional, ¿los considera como una de las actividades más importantes?
Los más importantes si se tiene en cuenta su alcance y repercusión más allá de los límites del país. El ‘I Seminario Políticas de Memoria’ se realizó en 2008 y el objetivo fue abordar la memoria desde distintas perspectivas, trabajar sobre la historia reciente del país y también analizar cómo los años ’70 actúan y/o condicionan la vida social y las políticas públicas actuales. Hubo invitados destacados, como es el caso de Pilar Calveiro (que actualmente reside en México), entre otros.  En 2009, el seminario giró sobre el tema ‘vivir en dictadura y vida de los argentinos entre 1976 y 1983’. Aunque no tuvo tanta convocatoria internacional, dado el eje, hubo una gran variedad de aportes y ponencias: Roberto ‘Tito’ Cossa desarrolló ‘Las experiencias colectivas como pasión y resistencia’; hubo un abordajes sobre la prensa y la información durante la dictadura y análisis sobre la experiencia de vivir en el exilio, sólo por mencionar algunos. El III Seminario Internacional “Políticas de Memoria, recordando a Walter Benjamín”, llevado a cabo en 2010, fue muy positivo debido a la gran concurrencia de estudiantes, graduados y gente de todos los puntos del país. Tuvo una mayor repercusión a nivel internacional, con invitados como Michael Löwy, ensayista y sociólogo franco brasilero o el catedrático alemán Horst Nitschack. También hubo expositores de Uruguay y otros países de Europa. El seminario marcó un aporte notable sobre el pensamiento de Benjamín y la memoria, en cuanto a que el pasado no está cerrado, como quieren señalarnos algunos, sino que somos tributarios de esa historia.

Uno de los grandes legados de Walter Benjamín a la humanidad fue sin dudas el compromiso por mantener viva la historia de las víctimas de los holocaustos, las guerras y las represiones…
Benjamín dice que el pasado tiene un secreto de redención, que hay que saber escucharlo y estar dispuesto a escucharlo. La sociedad argentina y el Gobierno han sabido escuchar ese reclamo: que el pasado no era un proceso cerrado. Aquellos años ’60 y ‘70 están presentes en la política de hoy. Las luchas actuales tienen mucho que ver con el pasado y los sectores que en al actualidad conspiran contra el Gobierno son los mismos responsables que conspiraron  en el ‘76. Todos estos temas fueron discutidos durante el Seminario, casi en forma académica, ya que Benjamín es un autor que hay que tratar de que la gente conozca, aunque no es fácil de leer. Incluso, sus tesis relacionadas con la memoria son textos bastante enigmáticos, que obligan a releer y repensar, que no tienen ninguna lectura lineal. Hubo diferentes niveles de reflexión sobre este pensador que tal vez no tenga en Argentina el lugar que se merece, fundamentalmente desde el punto de vista político.


El predio donde se encuentra el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti alcanza 14 hectáreas y está integrado por una serie de 35 edificios entre los que se encuentran el Pabellón Central o Cuatro Columnas, el Pabellón Coy, la Enfermería, la Imprenta y el Casino de Oficiales en donde funcionó uno de los Centros Clandestinos de Detención Tortura y Exterminio más importantes del país y por donde pasaron al menos 5 mil personas en  carácter de detenidos. La entrada ocupa unas tres cuadras al frente,
sobre Avenida Libertador, en pleno corazón del barrio de Nuñez, en Buenos Aires. En junio de 2000 la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires aprobó la Ley 392, que contemplaba el destino de los edificios a la creación del  “Museo de la Memoria”, pero recién en 2004 fueron restituidos tras la orden del entonces presidente de la Nación, Néstor Kirchner. Tres años más tarde, los marinos abandonaron definitivamente el sitio y se creó el “Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos”.