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miércoles, 22 de enero de 2020

Los obreros de la tierra: poesía contra el arrebato del trabajo, el pan y la semilla

Desde un entorno social y político adverso y devastador como fueron los últimos cuatro años en Argentina, en “Los obreros de la tierra”, Luciano Trangoni desarma los objetos, los sentimientos y partes del pensamiento y del cuerpo para reconstituirlos de tanto avasallamiento

Por Graciana Petrone

Foto: Franco Trovato Fuoco
“Cada vez sonrío menos / pero no te pongas triste / que esto no es nada / es la rapsodia de un peregrino / que amasa la harina de la envidia mutua (…)”, escribe Luciano Trangoni en Los obreros de la tierra (Baltasara Editora 2019).

Se trata del tercer libro de poemas publicado por el rosarino que asegura escribir desde el conflicto, desde el dolor y, en este caso, con “una mirada mística de los problemas sociales”.
Los obreros de la tierra surge en medio de un entorno social y político que no es ajeno al autor; por el contrario, comprometido con la palabra, Trangoni desarma los objetos, los sentimientos y cada parte del pensamiento y del cuerpo que siente que fueron avasallados de alguna manera durante los últimos cuatro años en el país. “Pareció que nos quisieron arrebatar lo más esencial, lo más simple: el trabajo, el pan y la semilla en cuanto al símbolo del origen de algo”, dice en diálogo con El Ciudadano.



Una mirada mística

—¿Cómo fue el proceso de escritura de Los obreros de la tierra?
—Siempre trato de hacer una obra conceptual desde el inicio hasta el final. Que tenga una línea, una estructura, una columna vertebral de sentido. No es un conjunto de poemas que se fueron acumulando sino que tienen un sentido. En la construcción de este libro tuve una mirada mística de los problemas sociales. Creo que ahí junté todo lo que me estaba pasando.

—¿Sentís que pudiste plasmar una problemática política y social desde la poética en sí y no ser tan explícito como en libros anteriores?
—Me pasó con un libro anterior a éste que es La conspiración de los neuróticos, que nunca pudo ser publicado. De hecho, Beatriz Vignoli hizo el prólogo y me dijo que le había gustado mucho. Ese libro hace eje en la desaparición y muerte de Santiago Maldonado. Si bien he ido compartiendo algunas cosas por las redes sociales, fue un libro que rebotó por todos lados. Creo que fue demasiado explícito.



Escribir desde el conflicto

—¿Creés que provocó algún tipo de resistencia?
—La resistencia misma que dejaron estos últimos cuatro años. Hay amigos y conocidos a los que les gustó mucho ese trabajo pero desde la parte editorial no sé si estaban interesados en publicar algo de esas características. Quizás hoy, mirando hacia atrás, La conspiración de los neuróticos tiene otro sentido. Los obreros de la tierra vino después.

—¿Qué tiempo te llevó escribir este nuevo libro?
—Un año es el tiempo que me lleva hacer un libro. Ya tengo otro más. 2019 fue un año tremendo en lo personal, en lo colectivo y en lo social y yo escribo desde el conflicto, desde la tristeza o el sufrimiento, no puedo escribir sentado en una playa tomando sol, mi poesía no nace ahí. Como el año que pasó fue tan fuerte, el arte y la poesía me permitieron sobrellevar todo eso.



La semilla como origen

—Hay elementos que se van repitiendo a lo largo del libro: pan, trabajo, semilla, padre
—Son cosas que están en el contexto de lo más elemental. De algún modo es lo que estamos reclamando y necesitando hoy, que es lo básico, el pan, la semilla y el trabajo. Creo que todo tiene que ver con que nos están queriendo hacer olvidar de lo esencial, de lo más primitivo. No tenemos ni eso. En estos últimos años pareció que nos quisieron arrebatar lo más simple: la semilla en cuanto al símbolo del origen de algo.

—Sos docente. ¿Cómo ves el contacto de los chicos con la poesía?
—Trabajo en educación primaria, en el Hogar Escuela de Granadero Baigorria, que es el único que hay en la provincia con esas características. En relación a la lectura de los chicos, en el caso del lugar en donde trabajo, si no leen en la escuela no lo hacen fuera de ese ámbito. Trabajo mucho con la literatura en general y a los chicos les representa un universo completamente diferente a la realidad que viven.



Incómodo y doloroso

—¿Qué diferencias ves entre “Los obreros de la tierra” y “El sanatorio de los hechiceros imaginarios”, publicado en 2016?
—Básicamente, el cambio es la idea general en el espacio que yo me imagino a la hora de componer ese trabajo. El sanatorio de los hechiceros imaginarios son tres libros en uno y ahí ya hay una diferencia enorme. El que le da título a la obra, que tiene un aura de encierro, está escrito como si fuera la mirada de un paciente en un lugar demencial. No me preguntés por qué pero se fue armando desde esa idea. El último de esos tres libros se llama Máscaras y me doy cuenta, después de ver la obra terminada, que aborda la hipocresía, la falsedad y las apariencias que, muchas veces, en un estado de supervivencia en medio de la mediocridad, me hacen mucho ruido.

—¿En Los obreros de la tierra lograste una poesía más universal?
—Puede ser. Este libro me gustó mucho, y también lo que me fue pasando al hacerlo. La experiencia de la escritura, por lo menos para mí, en el fondo la encuentro placentera, aunque el acto de escribir en sí, desde el lugar que lo hago, muchas veces es bastante incómodo y hasta doloroso. Cuando el trabajo está terminado lo veo de otra manera y me genera placer. Todo eso que ocurrió en algún momento, y que alguien lo pueda leer, me parece que está muy bueno.



Poner el cuerpo

—En este libro hurgás sin miedo en el dolor. ¿Cómo fue ese proceso?
—Antes me preguntaste en qué se diferenciaba este trabajo de los anteriores y creo que se trata de que aquí pude escarbar más. Quizás al principio uno se anima menos a hurgar dentro de sí mismo pero a medida que pasa el tiempo se va haciendo esa profundización interna, se llega más a donde se quiere llegar.

—¿Tu poesía después de terminada atraviesa un camino de reescritura?
—Sí. Escribo pero después lo vuelvo a trabajar. A veces siento que escribí una genialidad y cuando vuelvo a leer lo que escribí, descarto la mayoría de las cosas. Le dedico tiempo. Cuando me pongo a escribir, ese día no hago otra cosa, no salgo de mi casa, me siento y me quedo inmerso en lo que estoy haciendo. Siento que me entrego a eso y me cuesta mucho porque es poner el cuerpo en cada cosa que escribo.



El delirio de Cortázar

—¿Cuáles fueron las lecturas que te influenciaron como escritor?
—Recuerdo así como un enamoramiento con Julio Cortázar. Más allá de que obviamente había leído otras cosas, pero cuando me encontré con Cortázar deliré. Leí todo. Al empezar a escribir me di cuenta de que estaba lleno de tips de Cortázar. Cuesta mucho despegarse de las lecturas. A lo mejor hasta ahora no lo logré. En poesía César Vallejo y también Charles Bukowski, sobre el que siento que su poesía es muy atrevida, que rompe de alguna manera con la “grandiosa” de Borges, por ejemplo. Eso también me abrió a otras lecturas y al poder verlas desde otro lugar. Roberto Bolaño, no sé si es mala palabra o no, pero su poesía me gusta mucho. Me acuerdo de haber leído 2266, esa novela que me pareció inmensa. Cuando terminé de leerla no hice más narrativa y me dije: “Después de esto no puedo escribir más una novela”



Biografía
Luciano Trangoni nació en Rosario (1974). Es docente y escritor. Publicó las novelas Los zapatos de los muertos (2006) y Acá no hay dónde (2009); el libros de cuentos 17 pesos y monedas (2010) y los poemarios La confusión de las lenguas (2012); El sanatorio de los hechiceros imaginarios (2016). Publicó en distintas revistas y diarios locales y nacionales y participó en jornadas académicas, talleres y ciclos de lectura. En 2012 recibió el premio poesía Hugo Mandón, organizado por la Sociedad Argentina De Escritores (Sade). En 2018 ganó el primer premio en el concurso “Homenaje a Fabricio Simeoni” y una mención especial en el certamen nacional de Poesía “Adolfo Bioy Casares”.

Nota publicada en diario El Ciudadano 

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