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sábado, 9 de mayo de 2015

Roque Narvaja: ícono del rock, militante exiliado y aviador

De líder de La joven guardia en los 60, el cantante pasó a interpretar temas de protesta en los años 70 lo que lo llevó a un largo exilio en España. Desde 2008 vive en Rosario, es piloto de avión y trabaja como instructor de vuelo en la escuela Flyng Time, del Aeropuerto Internacional Islas Malvinas.
Foto: Ignacio Petuncci
Por Graciana Petrone
A los 15 años Roque Narvaja ya lideraba una banda que había formado junto con otros amigos de la escuela secundaria. Después, vendrían los éxitos imparables con temas como La reina de la canción o El extraño de pelo largo, de la mano de La joven guardia, grupo que fue furor en los años 60 y 70. Pero en medio del boom de su carrera, apenas pasados unos días del golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976, el músico fue prohibido en el país. Aunque asegura que nunca pensó en irse del barrio porteño de Nuñez, en donde creció, armó sus valijas, tomó un taxi hacia Ezeiza y de ahí, a un largo autoexilio en España.
Hoy, con más canas que entonces pero sin dejar de cantar en los escenarios, Roque camina las calles de la ciudad como uno más, se casó con una rosarina y desde hace seis años trabaja como piloto comercial e instructor de vuelo en la escuela Flyng Time, en el Aeropuerto Internacional Islas Malvinas.
Reflexivo, aunque también mordaz, el cantautor analiza su vida y su carrera; habla de sus hijos, de sus pasiones, de su decisión de ser aviador, de los convulsionados años 70 y también de su mujer: una fans rosarina de quien se enamoró.
30D— ¿Cómo fue que viniste a parar a Rosario?
RN—En realidad nunca pensé en irme de mi barrio. Soy cordobés, toda mi familia es cordobesa: los Fernández Narvaja, vascos que llegaron a Córdoba, seguramente, huyendo de algunas guerras carlistas. Esto que te digo es el preámbulo de una aclaración necesaria, porque para contestar a tu pregunta tengo que empezar por el principio.
30D—Entonces, ¿cómo fuiste de Córdoba a Buenos Aires?
RN—Mi familia es una familia muy tradicional de allá y casi siempre estuvo vinculada a la gestión pública. Mi viejo, siendo muy joven, fue juez nacional de primera instancia y fundador del peronismo de Córdoba después de huir del partido conservador. Cargó con una condena social muy grande por eso. Entonces, siendo yo muy chico, nos fuimos a Buenos Aires.
30D—¿Y cómo surge tu pasión por la música en una familia tan tradicional?
RN—Vivíamos en Nuñez, barrio en donde había que jugar a la pelota, lo que a mí no me salía bien. Como buena familia provinciana que éramos, en casa se escuchaba mucho folclore y había también una guitarra. Creo que a todos les sorprendió mi elección, sobre todo el éxito que fue aceptado como un destino. La familia se cerró alrededor mío, se portó como una escudería ayudando a que eso funcionara. Después nos mudamos al centro de Buenos Aires, yo ya era un joven quilombero. Después, pasó la vida…pero no te la voy a contar, no te asustes (risas).
30D—Tu primeros pasos en la música los diste cuando eras apenas un adolescente…
RN— En el colegio secundario ya formábamos grupos y nos juntábamos a cantar canciones que hacían bailar. Ya la banda previa a La joven guardia tuvo mucho éxito, allá por el sesenta y pico. Después, me puse el segundo apellido para cantar porque llamarse Fernández no tenía mucha onda. Mis manager querían ponerme Jimmy, yo no estaba muy convencido, entonces me preguntaron si no me gustaba Roque Narvaja, que les parecía que sonaba a Frank Sinatra.
30D—¿En medio del boom de La joven guardia decidís cambiar tu estilo?
RN—Pego un salto y allá por el año 72, cuando estaba terminando el gobierno de Lanusse, grabo otros discos. Yo tenía varias canciones que no eran para ser grabadas con La joven guardia, entonces me dediqué a grabar el disco Octubre, con pocos acordes y mucho de caradura. Yo tocaba el charango y también la quena. En ese disco vuelco mis experiencias, eran ensayos que mezclaban rock y folclore, que era la música que yo siempre había escuchado de chico. A Octubre le siguieron tres más, a razón de uno por año y editados por diferentes compañías.
30D— ¿Cuándo y cómo te vas del país?
RN—Después que Litto Nebbia me presentó en el sello RCA grabé el disco Chimango con la CBS, pero ya estaba todo muy mal, se venía el golpe. Durante la grabación de Amén, un disco que no llegó a editarse, me prohíben. Un teniente coronel, por entonces a cargo del Comfer, me invita gentilmente a dejar el país. No contento con eso fue al sello EMI y dijo que yo estaba prohibido.
30D— ¿Esa nueva versión del Roque Narvaja músico hizo que te persiguieran?
RN—Las canciones tenían algo de contestatario pero nos cuidábamos mucho porque sabíamos que la mano venía muy mal. Yo ya había empezado a militar en la Juventud Trabajadora Peronista en ese momento, aunque debo decir que mi participación fue muy escueta y muy humilde. Quince días después de la prohibición, el 24 de abril de 1976, pude tomar un avión. Salí por Ezeiza directamente.
30D—Un autoexilio en España en donde volviste a brillar…
RN—En España por suerte pude seguir haciendo lo mío. Cuando me fui, me fui para siempre, a ver qué podía hacer para poder darle de comer a mi familia. Tenía la dirección de un bar en Alicante en donde a lo sumo podías ser camarero pero yo no sabía ni llevar una bandeja. Gracias a la generosidad de Marian Farías Gómez, que me llamó para hacer un dúo, hicimos canciones típicas del folclore de protesta, más algunas canciones mías que entraban dentro del espectáculo al que hay que armar dentro de una lógica. El público de peñas es muy hablador, pero de eso se tratan los espectáculos en vivo…
30D—Después de dejar un país en tinieblas, ¿cómo te recibió la España que había perdido a Franco hacía menos de un año?
RN—Nos encontramos con un país que atravesaba por una transición de manera muy tranquila y ordenada. Dejaba atrás su complejo y tenía una gran necesidad de ser Europa. Pude vivir el cambio de España que fue un país muy sabio. Formamos una banda con músicos argentinos con la que hacíamos una fusión de jazz y rock, menos uno que era uruguayo todos los demás éramos argentinos. Era una banda muy copada y tocábamos muchas de mis canciones en colegios mayores.
30— Y el éxito llego de nuevo, pero en Europa...
RN—La música sudamericana no es popular allá y yo tenía que escribir para el público español. En ese contexto grabamos Santa Lucía que se convierte en un fenómeno en todo centro Europa. ¿Suerte? ¿Destino? No sé. Los españoles no tenían rock y ellos veían en mí eso. Lo de Santa Lucía fue definitivo. Vendí mi idea a una discográfica y grabé el disco más vendido de mi vida, sin saberlo, que fue Un amante de cartón. Fue en 1980, me acuerdo que el mismo día que yo estaba grabando las voces del disco lo mataron a John Lennon. Estaba en los estudios Eruo Sonic, crucé a comer algo en un bar y estaban Los Beatles en televisión. De repente aparece un periodista diciendo que mataron a Lennon. Estuve en shock, sin hablar por horas.
30D— ¿Cómo influyó el fenómeno de Los Beatles en vos?
RN—Yo tocaba de chico la guitarra, había estudiado algo de música pero encontré en la música una razón de vida cuando aparecieron Los Beatles y mostraron que eso era posible. Fueron dios, fueron la nueva aparición de una verdad no revelada a la tierra. No exageró John Lennon cuando dijo ‘Somos más famosos que Jesucristo’. Cuando los veía tocar, veía la felicidad: porque estaban contentos, porque eran buenos, porque lo hacían bien y, además, ni siquiera eran americanos, ¡eran ingleses!
30D—Seguís siendo un fanático de Los Beatles, obviamente…
RN—Para el reencuentro de Lito nebbia con Los Gatos, hace unos años, escribí El exilio interior, ahí cuento que cuando se cumplieron las profecías y nacieron Los Beatles yo les escribía cartas, en un inglés muy malo, y ellos me contestaban con canciones. Porque no importa qué inglés hables, ellos sabían comunicarse con sus primos a través de sus canciones. Eso es lo que nosotros vivíamos con Los Beatles: la posibilidad de una esperanza. Después apareció la política y ahí otros nos dijeron: ‘No pibe, la única posibilidad que hay es la de rebelarse contra el sistema’.
30D—Lo decís con dolor a eso…
RN—Es que yo, y muchos otros, nos la comimos que era así. Pensamos que había llegado la colimba para siempre. Desde que yo empecé a militar, del 73 en adelante, todos los días te amenazaban y uno se acostumbra porque piensa que todo el mundo está en guerra. Y no era así, había un montón de gente que estaba mirando todo eso de afuera. Yo me di cuenta que cuando me fui a España, por la forma de concebir la vida, nuestra manera necesitaba una relectura urgente. Siento que creamos un mundo que para los demás no existía.
30D— ¿Tenés hijos?
RN—Sí, dos, ya son grandes. Lautaro y Candelaria Fernández Petraglia. Los dos viven en Buenos Aires. Él es músico, murguero y un gran actor. Ella parece una celta, es rubia, hermosa y canta muy bien. Los dos, además, están muy preocupados y comprometidos con la militancia política.
30D—Bueno, al final no me dijiste cómo fue que viniste a vivir a Rosario…
RN—Es muy sencillo: yo estoy acostumbrado a irme siempre. Troilo decía que estaba siempre llegando, bueno, yo siempre me estoy yendo. Pero en 1993 volví a la Argentina, formé una banda y nos pusimos a trabajar en teatros de la provincia de Buenos Aires y del interior del país. Me quedé y en una gira en 2003 conocí a una rosarina. Fue el 20 de septiembre en el teatro Broadway en que aparece una fan que me muestra una cantidad de fotos, a lo largo de los años, en las que yo estoy con ella. Yo no me acordaba muy bien quién era pero lo cierto es que se había vuelto una mujer muy guapa y le dije que teníamos que encontrarnos para que me diera explicaciones de porqué tenía esa cantidad enorme de fotos conmigo (risas).
30D— ¿Y tu profesión de aviador?
RN—En 1993 hice un curso de planeador en Junín en donde hay un club muy lindo de vuelo. Empecé con vuelos deportivos, después hice vuelos de motor y me convertí en piloto privado. En 2007 vine a una escuela de Rosario y siguió adelante el tema de los títulos y las licencias. Soy instructor y piloto comercial. Vivo en Fisherton con mi esposa, trabajo en el aeropuerto en Flyng Time, una de las escuelas de vuelo más importantes de Sudamérica, que está en Rosario. Volar es menos riesgoso que manejar un auto.


Nota publicada en Revista TreintaD








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