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martes, 21 de enero de 2020

La investigadora del fenómeno ovni Silvia Pérez Simondini cuenta su historia

El 18 de agosto de 1968 vivía en Caleta Olivia y vivió un encuentro cercano que marcó su vida para siempre. En los 90 dejó atrás una vida de lujos, vivió en carpa por 6 meses en Victoria y comió lo que ella misma pescaba. Cumplió su sueño de formar su propio equipo de investigación

Por Graciana Petrone



A fines de la década del 60 Silvia Pérez Simondini era una joven ama de casa que no había cumplido los 30 años. Tenía dos hijos chiquitos y un pasar económico holgado. Su esposo trabajaba en pozos petroleros, por entonces vivían en Caleta Olivia en una casa grande y con un terreno atrás donde entraban varios camiones. Su vida transcurría entre pañales, mamaderas, tareas escolares y enfermedades de los chicos. La vida en el sur suele ser demasiado tranquila, claro, no eran tiempos de internet, sólo había radio, algunos diarios y un televisor en blanco y negro.

Cada tanto pasaba un corredor de libros y revistas a los que Silvia les encargaba le trajeran publicaciones con recetas de cocina o manualidades. “A veces me aburría como una ostra”, cuenta a El Ciudadano, sin perder su sonrisa y serenidad que la caracterizan.

Esa ama de casa dedicada a la crianza de sus tres hijos pequeños en la Patagonia asegura haber tenido una experiencia que cambió su vida para siempre. Desde principios de la década del 90 y después de atravesar por lo que ella define como una “experiencia terrible”, decidió dejar todo lo que tenía para cumplir su sueño: formar su propio grupo de investigación sobre fenómenos ovnis. Hoy, es una de las principales referentes sobre el tema en el país y su trabajo es reconocido a nivel mundial.

Aquel episodio que marcó su vida lo recuerda como si hubiera pasado hace sólo unos pocos días y parece revivirlo cada vez que lo cuenta: “Fue el 18 de agosto de 1968, el día que mi hijo del medio cumplía un año. Un plato volador de entre 40 y 50 metros de diámetro estuvo arriba de mi casa. Pero no lo vi solamente yo, lo vio todo Caleta Olivia. La gente estaba a los gritos enfrente de mi casa. ¿Y por qué justo a mí?”, se pregunta y asegura que lo hizo durante muchos años hasta que concluyó que cada persona tiene una misión y un sueño que cumplir en este mundo.

Desde esa tarde de agosto de 1968 la vida de Silvia no volvió a ser la misma. Sus intereses cambiaron. Ya no le encargaba al corredor de libros revistas de manualidades o de cocina sino todo lo que se relacionara con ovnis.

“Desde ahí mi vida tuvo un cambio tan enorme. Como yo le digo siempre a la gente, una cosa es que te lo cuenten, o leerlo, y otra es vivir la experiencia. Cuando eso pasa, y ya no te queda ninguna duda de nada, sobre todo en una persona que como yo no sabía nada y nunca me había interesado por nada de eso. Tal vez había leído alguna nota sobre el tema en algún diario pero nunca me había interesado”, recuerda hoy, con 80 años y una inquitud por la investigación que la sigue movilizando cada día.


“Mi lugar en el mundo”
A finales de los 80 Silvia aún estaba casada y vivía en un petit hotel en Villa Devoto. Había visitado sólo tres o cuatro veces Victoria y a comienzos de los 90 decidió empezar su carrera como investigadora del fenómeno ovni. Un día le dijo a sus hijos que ya estaban grandes que cada uno había tomado el camino que eligió y que ella no podía irse de este mundo sin hacer lo que siempre soñó: armar su propio equipo de investigación en la ciudad entrerriana.

“Lo de Victoria fue como un llamado, algo que sentí, que no puedo explicar a tal punto de que cuando estábamos llegando mi hija Andrea me dijo «Mamá, estamos cerca de Victoria y a vos se te ríen los ojos» y es que había encontrado mi lugar en el mundo”.

“Ahí me desarraigué de Buenos Aires, me divorcié, dejé a mis amigos, dejé todo y me instalé sola en Victoria. Viví seis meses en una carpa y comía lo que yo misma pescaba. Los pescadores me enseñaron a cocinar el pescado. Así fue trascurriendo mi vida hasta que el intendente, cuando vio lo que yo trabajaba sin nada, me dio una cabaña que estaba frente a la costanera. Mi única compañía era un perrito y ahí mi marido se dio cuenta de que yo ya no iba a volver. Estaba decidida”.

Silvia dejó atrás una vida llena de lujos, una mansión en Villa Devoto, tres autos, una casa con varia empleadas para asentarse en un camping, comer de lo que ella misma pescaba y cumplir su sueño. “Yo siempre le digo a todos, que cuando tienen una vocación para algo, que no importa si no tienen dinero. El no puedo no existe, es sólo querer hacerlo, es la voluntad de cada uno. Y así salí adelante, vendí la parte de mi casa en Devoto y así compré mi lugar en Victoria, un coche que lo pagué con sangre sudor y lágrimas pero mis principios en Victoria fueron tan duros como nadie se podría imaginar porque era la advenediza, que venía a hablar de algo que, a pesar que el 80 por ciento de los victorienses había tenido experiencias, negaba lo que había visto”.

La compañía permanente que tenía era la de un inspector municipal quien aseguró haber tenido una experiencia con el fenómeno ovni pero cuando iba a denunciar a la Policía, los agentes se burlaban y le decían, según cuenta Pérez Simondini, “que iban a armar un pelotón para ir a ver sus luces de campo”.

“Él fue quién me enseñó los lugares a donde había que ir a ver. ¡Las cosas que hemos vivido en Victoria…! Puedo asegurar que el mejor de los investigadores no lo va a saber”.


Aquella tarde de agosto en el sur
Era el 18 de agosto de 1968. Silvia estaba terminando de bañar a uno de sus hijos que ese día cumplía un año. En medio de los preparativos para una fiesta familiar, empezó a escuchar un griterío  afuera de la casa. “Mi esposo fue el primero que me gritó que salga porque no podía creer lo que estaba viendo todo el mundo. Salí porque él me vino a buscar. Envolví a mi bebé en una toalla, lo senté en la cuna y salí  y cuando vi lo que vi, me quería morir”.

La mujer asegura que estaba todo Caleta Olivia haciéndole señas de que mirara para arriba. No entendía muy bien. Primero pensó que era un mono porque muchos habitantes de la zona tenían uno y pensó ‘¿Tanto lío por eso?’.

“Di ese paso y vi lo que vi. Eso estaba ocupando desde donde empezaba el sobretecho de mi casa hacia atrás. Según los entendidos, inclusive mi marido, dijeron que eso no medía menos de 40 o 50 metros de diámetro. Era algo impresionante”.

Pero hay más, Silvia rememora que “no pasó ni un minuto de que yo había salido, que sentí un «bloop» fuerte y empezaron a  salir cinco platillos chicos del grande; después, se corrió la nave grande, se pusieron atrás los chiquitos y cruzaron la avenida Independencia de Caleta Olivia rumbo a Comodoro Rivadavia y desaparecieron”.

“Me latía el corazón, me zumbaban los oídos. No podía creer lo que veía mientras la gente gritaba como marrano en la calle”.

Conmocionada, lo primero que hizo fue entrar a su casa y encender la radio para saber si se hablaba de lo que pasó pero recién al día siguiente se habló de ese suceso que, según cuenta, se vio por toda la Costa Atlántica del sur.


Arriba de su casa
La investigadora confiesa que le costó muchos años darse cuenta de por qué esos cinco platillos se desprendieron del objeto más grande justo en el momento en que ella salió, después de flotar durante 20 o 25 minutos sobre su casa: “¿Por qué no pasó antes? ¿Por qué tuvo que pasar justo cuando yo salí?”.

“Y me di cuenta que, evidentemente, todos los seres humanos tenemos una misión que cumplir en la vida. La mía fue ésta porque, a partir de ese día, te puedo asegurar que no pude salirme del tema”.

Después vino su tercer hijo, fue esposa y madre y no podía movilizarse como quería. Su esposo casi nunca estaba en la casa, ella se encargaba de su casa y sus hijos y dice que no le quedaba tiempo para dedicarse a la investigación, excepto para reunir información. También asegura que tanto ella, como su madre y su hija tuvieron contacto con fenómenos ovnis. “Un dato curioso – confiesa– que las tres mujeres de la familia lo hayamos tenido”.


Luchar por los sueños
Hoy en Victoria Silvia es una persona respetada y reconocida. Algo que logró durante casi 40 años a base de esfuerzo. “Sobre todo cuando vieron la forma de trabajar que tenía nuestro equipo Visión Ovni, que es reconocido internacionalmente. Hay un comentario que hizo Robert Salas, ex fue jefe de la base de misiles de Estados Unidos, que me conmovió: «Madre e hija son las que hacen la diferencia». Esas son las cosas que me alegran el corazón y es entonces que entiendo de que cuando las cosas se hacen con el corazón, con voluntad y responsablemente tenés el beneficio del afecto de la gente que para mí es lo mejor que hay. Todo el mundo gana plata con este tema y las únicas que perdemos plata”

Nota publicada en Diario El Ciudadano

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