Por Graciana Petrone
A los 12 años Juan trabajaba en una zona rural de Venado Tuerto. Aseguró que vio una luz muy fuerte y una casilla de metal y entró. Durante años sostuvo su historia y todos creyeron que estaba loco. La experiencia del gaucho de origen guaraní fue llevada a la pantalla grande
Juan Oscar Pérez es un hombre sencillo, sereno, nacido y criado en el campo. Viste siempre con bombachas, sombrero y camisa de gaucho, fiel a su origen guaraní. Habla pausado y, sobre todo, con tranquilidad cuando relata su historia, esa que asegura vivió cuando tenía 12 años en una zona rural de Venado Tuerto. Siempre según su relato, que pudo contar décadas después y que fue llevado al cine en la película documental Testigo de otro mundo, siendo apenas un niño iba a caballo por el campo árido santafesino y se topó con una luz muy fuerte y detrás con lo que para él era una “casilla de metal”, y entró.
“Como nos habían avisado de que iban a traer tractores para desmalezar la zona, cuando vi eso pensé que era una casilla, porque para mí era eso, una casilla pero no de chapas como las que estaba acostumbrado a ver. Mi caballo se empacó, tenía miedo entonces lo até a una escalera que salía de la casilla para que no se escape y entre“, cuenta. Después, la historia sería otra. Se aisló durante mucho tiempo por miedo a las burlas de sus compañeros de escuela y de su mismo entorno familiar.
Cuando pudo contar abiertamente lo que según el afirma que le ocurrió, fue atendido, escuchado y analizado por un equipo de psicólogos y psiquiatras que lo ayudaron a convivir con su realidad. Así, de a poco fue reinsertándose en la sociedad al punto que su historia se convirtió en un filme en 2018 con guión y dirección de Alan Stivelman, con ayuda del astrofísico Jacques Vallée. Un derrotero que empezó con aquel encuentro que de acuerdo a su relato fue con una nave espacial y dos extraterrestres. El viaje hacia el pasado del gaucho guaraní cuando tenía 12 años combina en la película creencias étnicas y lo que él continúa sosteniendo hasta hoy: su experiencia de un “encuentro cercano”.
La historia de Juan y el documental sobre su vida fue noticia en los diarios El País y El Mundo de España que le dedicaron más de una página. Lejos estuvieron los medios tradicionales de la Argentina en interesarse, excepto aquellos canales de información estrictamente abocados a los fenómenos extraterrestres y la Ufología.
Juan fue uno de los personajes más requeridos por el público durante los tres días que duró el IV Congreso del Ovni en Victoria a mediados de mayo pasado. No hubo nadie que no quisiera sacarse una foto con él. “Mire usted si antes la gente que me conocía iba a querer acercarse, al contrario, se me escapaban. A veces me pasaba con personas de mi misma familia“, dice a El Ciudadano.
Lo cierto es nadie en el campo creyó su historia hasta que hace más de una década el psiquiatra rosarino Néstor Berlanda –miembro del equipo del hospital neuropsiquiátrico Agudo Ávila, investigador en etnopsiquiatría, estados ampliados de conciencia, culturas precolombinas, y aplicación potencial de plantas sagradas en psicoterapia- se interesó por el caso de Juan. “Hoy somos grandes amigos, cualquier cosa que siento que me pasa lo llamo a él. Hoy tengo muchos amigos como decía esa canción que se escuchaba cuando era chico“, cuenta casi con ingenuidad, refiriéndose al tema de Roberto Carlos que fue furor por los inicios de la década del 70.
El aislamiento
Berlanda contó a este medio que después de arduos estudios “se descartaron patologías psiquiátricas en Juan y que no había sufrido un brote psicótico en su adolescencia cuando aseguró haber visto una nave espacial“. En el relato del gaucho hay mucho de místico y así lo refleja la película. “Entonces tendríamos que decir que todos los domingos hay millones de personas en el mundo que están convencidos de que toman sangre convertida en vino y estaríamos frente a millones de psicóticos. Por eso es una cuestión de fe, de las propias creencias de cada cultura y hay que abordarla con el respeto que se merecen“, agrega el psiquiatra.
Pero la realidad del gaucho guaraní no encajaba en los parámetros que le imponía la sociedad y decidió aislarse, vivir como cazador y agricultor (así se autodefine). También asegura que en sueños, puntualmente cuando duerme del costado izquierdo que fue la zona del cuerpo que afirma que le tocaron los extraterrestres, puede ver cosas que van a suceder. Premoniciones que se acercan a las formas de creencias de los guaraníes y allí es el punto en donde interviene la neurociencia, para ayudar a que el mismo Juan comprenda lo que le pasó y pueda convivir con ello sin sentirse diferente a los demás.
Entrevista a Juan Oscar Pérez
—¿Cómo está viviendo esta experiencia de que su vida haya sido llevada al cine?
—Me gusta porque es una historia que me pasó. Hay cosas que faltan en la película porque lo mío fue a los 12 años pero siguieron pasando casos y esa es la primera historia mía. Me gusta porque por esa película se me dejaron de reír a gente. Hoy me agradecen. ¿Por qué no antes?, ¿se tenía que descubrir hoy?
—¿Cree que las cosas pasan por algo o que llegan en el momento justo?
—Sí, un ciclo. Yo estaba bien antes de los doce años, el mismo lugar en el que estoy hoy. Tengo 53 años y volví de vuelta a ese lugar y se me acomodaron las cosas.
—¿Influyó el hecho de que pudo contar abiertamente lo que le pasó y hubo alguien que creyó su historia?
—Había mucha gente de mi propia familia que me preguntaba a dónde iba y decirle, como soy yo, un paisano como usted me ve, sencillo. Y decirle: ‘Me voy al Paraguay a filmar parte de la película que está por hacer Alan (Stivelman) y el doctor Berlanda y me decían: ‘¿Vos vas a hacer una película?, ¿De qué? Y yo le contestaba ¿Cómo te voy a contar antes si vos nunca me quisiste escuchar? Así le cortaba. Chau. Cargaba la mochila, tomaba el colectivo enfrente de mi casa, iba a la termina, después a la casa de Berlanda, y de ahí me pasaban a buscar y me tomaba el avión. Nunca dije le voy a tapar la boca a los que se me rieron. Lo verán.
—¿Cree que esta película puede ayudar a mucha gente, incluso a los que no creen?
—Hay mucha gente que me dice lo mismo y no sé en qué parte puede ayudar pero ayuda un montón, mire. Ayer (en el Congreso del Ovni en Victoria) había más de 200 personas y que tantas personas de golpe queriéndose sacarse fotos conmigo, que soy un hombre de campo, sencillo. Ando con esta ropa de salir (bombachas de gaucho y botas) y después me calzo la ropa de trabajo y sigo viviendo mi vida.
—¿Aún hoy los sueños con premoniciones continúan?
—Sí. Y allá en el guaraní me enseñó cómo tenía que hacer. Yo tengo que cuidar el árbol. ¿Quién es el árbol? Mi familia, mi papá, mi mamá y mis hermanos. El árbol está formado por el tronco, que es mi mamá y salen las ramas y las hojas que son los hijos. Aprendí de ahí. A mucha gente le he dicho cosas que soñé y se quedaron asombrados pero ¿a quién quiere que le cuente si me trataron de loco porque vi una nave? En un sueño soñé con mi propia muerte, que me pasó. Y para mí contarlo era muy difícil, me ponía mal, no sabía qué hacer con eso.
—Usted habla sobre su origen guaraní y el respeto por el monte y la naturaleza…
—Ellos (por los guaraníes) antes de cortar una planta medicinal la oran para poder cortarla porque alguien la creó, alguien la hizo nacer y fue la madre tierra. Pero nosotros vamos y lo cortamos y no vemos el desastre que estamos haciendo.
—¿De qué trabaja hoy?
—Tengo una discapacidad en el pie y no puedo hacer el trabajo que hacía. A mí me gusta, y para el que sabe del trabajo en el campo entiende de lo que digo, abrirle la retranca, pegarle unos buenos gritos y revolcarme con el bicho en la traba y curarlo o castrarlo. Lo llevo en la sangre, es lo mío. Pero como ya no puedo hacerlo trabajo en mi casa, tengo una buena quinta orgánica, lo hago para mí porque todos sabemos lo malo que son los químicos. También crio jabalí, me siguen y conmigo son muy mansos, mire, más dóciles que el chancho casero.
Nota publicada en el Diario El Ciudadano
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