Esta mañana compañeros de Daniel, el hombre de 61 años fallecido ayer y empleado de toda la vida de la fábrica de llantas hoy cerrada, se concentraron frente a la empresa y contaron la difícil situación que muchos están atravesando.
Foto: Alejandro Guerrero |
La muerte de un trabajador de la paralizada fábrica de llantas Mefro Wheels, que dejó a 150 empleados en la calle, golpeó duro a todos los compañeros. Daniel, el hombre fallecido, había trabajado toda su vida en esa empresa y también había luchado por su reapertura. Daniel compartió con sus compañeros que hoy lo lloran bromas, convivencia, camaradería pero sobre todo esa costumbre de poner el lomo orgulloso de su oficio de metalúrgico, en una planta que era la única que producía llantas en el país. Eso le dio a Daniel, como a muchos, tener lo que todos y cada uno le corresponde por derecho: trabajo.
La crisis en Mefro Wheels no fue arbitraria. Empezó cuando a través de un decreto, el gobierno de Mauricio Macri abrió las importaciones y a fines de 2016 empezaron a entrar al país llantas de Asia, Europa y Brasil que competían con precios muy distintos en el mercado. Casi como un calco de los 90, la planta ubicada en Ovidio lagos al 5500 comenzó un camino sin retorno que derivó en su cierre, después de producir a gran escala, abastecer a otras industrias automotrices y exportar. En 2015, Mefro Wheels había llegado a producir más de 800 mil llantas para las terminales nacionales.
Hoy, de los casi 170 trabajadores despedidos –que no cobran indemnización alguna–, la mitad no pudo reinsertarse en el mercado laboral. Daniel formaba parte de esa segunda mitad.
Este miércoles los compañeros de Daniel, quien oprimido por la desesperación eligió terminar con su vida, se juntaron frente a la fábrica. Como un retrato del escenario, detrás de las rejas de la puerta de ingreso que permanecía cerrada, sólo había un empleado de seguridad de una empresa privada. Adentro, una imagen aún más triste: la de una planta paralizada y vacía por la mañana, que es el horario en que habitualmente los motores de las maquinarias se escuchan con más fuerza.
Daniel tenía 61 años y dos hijas. Era un trabajador calificado. Se había desempeñado durante mucho tiempo en la producción pero a los 55 años en un accidente laboral perdió varios dedos de una mano. Eso no impidió que siguiera trabajando. Su capacidad lo ubicó en el área de control de calidad. Cuando Mefro cerró, Daniel quedó atrapado en una profunda depresión: le faltaban años para jubilarse y era demasiado grande para conseguir un puesto acorde con sus capacidades.
La desolación se podía ver en todas las caras de sus compañeros. Uno de ellos confesó a El Ciudadano que el estado de angustia en el que estaba sumergido Daniel no es ajeno “al de otros de los muchachos”. A uno de ellos le dio un ataque cerebrovascular, otro sufrió un infarto y algunos más que, en mejor posición, “viven del ingreso de sus esposas pero hay muchos en que las mujeres también se quedaron sin trabajo y ahí la cosa se les pone muy densa”.
El delegado Miguel Valentino contó que llamó a los compañeros para ayudar a la familia de Daniel con el sepelio. “¿Vos sabés lo terrible que es que te digan «No tengo ni cinco pesos, no tengo para comer» y que se pongan a llorar?”, dijo a El Ciudadano.
El canibalismo de MW
“El vaciamiento de la fábrica empieza con el lock out patronal. Fue un canibalismo en el que ellos mismos nos empiezan a comer cuando dejan de darnos insumos a nosotros, que proveíamos las llantas a las terminales. Más el gobierno nacional, que no tendría que haber permitido eso”, dijo Valentino.
“Teníamos Toyota Hilux, Amarok de Volkswagen, Corsa de General Motors, casi diez modelos de ruedas diferentes y a pesar de los problemas que teníamos nos seguían encargando”, se quejó otro de los trabajadores.
La luz se fue apagando
La historia que siguió fue casi perversa. En 2016 la planta produjo 300 mil llantas, es decir, menos de la mitad de lo que había manufacturado en 2015. Sobre eso, la empresa de capitales alemanes vendía desde Europa a las mismas terminales argentinas lo que derivó en que a principios de enero del año pasado los 170 trabajadores de la fábrica fueron despedidos y se enteraron de la peor manera: cuando llegaron a la puerta de su trabajo, como todas las mañanas, no los dejaron entrar.
Los mismos trabajadores hacían guardias para que no se llevaran las maquinarias y a mediados de enero de 2017 la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) acordó con el Ministerio de Trabajo de la provincia poner la fábrica en funcionamiento y, para ello, los mismos trabajadores resignaron sus sueldos para comprar materia prima pero no llegó a buen puerto.
El 4 de marzo de este año la firma de autopartes Cirubón, del empresario Ricardo Cicarelli, tomó la operación y prometió reactivar la fábrica y reincorporar a 90 trabajadores. Eso no ocurrió. El acuerdo decía que la firma iba a alquilar la planta ubicada el oeste de la ciudad por 15 años pero según contaron los empleados que fueron desafectados “sólo fue un circo para dilatar la situación” y así vaciar totalmente el lugar.
“Cicarelli tomó a los empleados con menos antigüedad y se los llevó a otra de sus fábricas. Los más viejos quedamos en la calle. Además, se llevó todo, máquinas, muebles y hasta los tarros de pintura que se habían comprado para pintar”, dijo uno de los compañeros de Daniel, mientras señalaba una pila de bidones de agua apilados en el patio de la fábrica: “Hasta separó el agua para llevársela”.
Nota publicada en el Diario El Ciudadano
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