Dice el autor: “Que nuestro vicio absoluto sea ese: la despiadada lucha sin
tregua”.
Volver al primer amor y a la escritura inicial fueron
algunos de los motivos que llevaron a Rafael Ielpi a reeditar su poemario “El
vicio absoluto”, que vio la luz en 1966 con el sello Biblioteca Popular
Constancio C. Vigil. Hoy, la obra está nuevamente en las librerías de Rosario,
aunque con un plus: fue presentada en el marco del Festival Internacional de
Poesía, realizado a fines de septiembre en la ciudad, ocasión en la que también
el autor recibió un homenaje por parte de sus colegas y seguidores. “Fue una especie
de gran conmoción interna, un derechazo adicional que me pegaron”, dirá después
el narrador, historiador y poeta, que además se confiesa “renuente a las efusiones
líricas y afectuosas”.
— ¿Los escritores tienden a olvidar su primer libro en vez
de rescatarlo?
— Hay ejemplos históricos de escritores que denostan su
primer libro o descreen de su primer libro. No es mi caso, no es que digo que
no lo hubiera vuelto a escribir sino que, con el paso del tiempo yo pensé que
era muy primerizo y quizás no tuve noción real si tenía valor o no ese corpus
poético que yo había publicado. Además, incluía algunos poemas que hice cuando
tenía 19 años.
— ¿Qué cambios tuvo su poesía a partir de ese primer libro?
— Me fui olvidando un poco de ese primer libro y mi poesía
fue derivando hacia otra cosa, mucho más narrativa. Algunos dicen que era más
interesante aquella poesía más contenida y sintética de mi primer libro
(risas), después me dediqué a una poesía más pro prosística, como lo que alguna
vez hizo Saer. En esa búsqueda me olvidé de mi primer libro. Ahora, verlo
reeditado, incluso por impulso de mucha gente que me dijo que valía la pena
hacerlo, para mí fue una especie de gran conmoción interna porque yo hacía
muchos años que no escribía poesía y en el último año volví a escribir y me di
cuenta entonces que ese primer libro tuvo gran valor para mí.
— ¿Qué opina acerca de lo que se habla hoy acerca de que El
vicio absoluto sentó de alguna manera las bases de la poesía actual en la
ciudad?
— La reedición y un homenaje, coincidentemente con el
festival de poesía es otro derechazo adicional que me pegaron. Soy muy renuente
a las efusiones líricas y afectuosas también (risas), pero me pareció muy
importante. Eso de que hay una generación posterior que se ve reflejada o
antecedida en ese libro es también muy importante. Los voy a nombrar porque son
poetas que yo quiero y valoro como Eduardo Danna, Hugo Diz, Jorge Isaías, Jorge
Ibañez, Oscar Piccione, que son contemporáneos e incluso un poco más jóvenes
tal vez.
— ¿Con qué debe contar una buena poesía?
— Siempre peleé porque la poesía no dejara de lado cierto
lado coloquial, aunque no es el caso de El vicio absoluto que es un tanto más
ceñido, pero yo después tendí a una poesía más conectada con la realidad. A mí
la pura fracción no me gusta. La poesía metafísica la admiro en Rilke pero no
para practicarla. Creo que estos tiempos exigen una mirada distinta sobre lo
que pasa en el mundo ya dentro de uno mismo también. Después de la reedición
del libro he intentado volver a sentarme a escribir y a reflexionar sobre lo
que es el fenómeno poético, que es algo muy complejo. La narrativa me deslumbra
mucho pero la poesía me produce un estado diferente. Me parece como que exige
mucha más complicidad. Hay gente que es inmune a la poesía, no tiene costumbre
de leerla, no le gusta y por ahí sí lee cuentos o novelas.
— O como dice Jorge Isaías: “Los libros de poesías no se
venden porque los libreros no los ofrecen”…
— Puede ser, o no los recomiendan y hay poetas que son muy
recomendables para ciertas edades. Yo no denosto a Neruda por ejemplo, creo que
para un adolescente es necesario y le toca cierta fibra por una cuestión
cronológica. Mario Benedetti también, y hablo de los jóvenes porque es el
sector más desvalido de la lectura, posiblemente no lean una novela de 300
páginas y entonces comenzar con estos poetas es una aproximación a la lectura.
Por eso son tan importantes los cuentos porque la gente los lee más que a una
novela.
— ¿Se puede hablar de una poesía de Rosario?
— Rosario ha sido una ciudad de muchas generaciones de
poetas, más que de narradores. No quiero ser peyorativo con nadie pero no hay
grandes narradores, están Jorge Riestra, Angélica Gorosdicher, Ada Donato,
Gloria Lenardón o Alberto Lagunas y creo que ahí hay que parar de contar. Pero
sí hay muchos poetas. Siempre nos reímos con otros escritores amigos cuando
intentan rotular a la poesía de Rosario como si fuera un movimiento, cuando en
realidad es muy diverso todo. No es como la poesía del noroeste que escribían
más o menos similar como Dávalos o Castilla, acá somos muy distintos todos. Lo
que sí hay es una gran corriente de generadores de poesía y muy jóvenes e
incluso hay una nueva forma de lectura poética. Lo he visto en el festival,
muchos hacen perfomances cuando leen y creo que es una nueva manera de expresar
la poesía.
— ¿Por qué El vicio absoluto?
— Uno de los versos del libro dice: “Que nuestro vicio
absoluto sea ese: la despiadada lucha sin tregua”. Me pareció acorde, me gustó
y así lo titulé.
Tapa de El vicio absoluto |
Biografía
Rafael Negro Ielpi (1939) nació en Esquel, provincia de
Chubut. Vive en Rosario desde los 10 años. Fue traductor de poetas brasileños
como Vinicius de Moraes, Manuel Bandeiras y Carlos Drummond de Andrade. Dirigió
junto a Aldo oliva y romero Medina la revista “El arremangado brazo”. Otros de
sus poemarios fueron “para bailar esta ranchera”, El vals de Hermelinda”,
“Viajeros desterrados” y “Días de visitas”. De gran trayectoria periodística y
artística, el escritor es reconocido por sus trabajos de investigación sobre la
historia de Rosario. Desde 2003 dirige el Centro Cultural Fontanarrosa. “El vicio absoluto” es su primer libro de
poemas.
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