Graciana Petrone
Y qué de sus voces asegurándome amor al oído y de sus celos y su sabiduría, si de sólo imaginar el escombro que esconden sus pupilas un frío de sable me perfora las vértebras. Curvas extrañas deliberando álabes, mármoles, tinieblas. Palmas tendidas al espanto.
¿Cómo no haber presentido el silencio que dejarían al cerrarse? Si el humo, la delgadez extrema de quienes no regalan misericordias ni avecinan porvenires le pudieron ganar jamás alguna que otra jugada.
Misticismo entonces sobre ellos y amor, amor esparcido como sangre, mensajes aterradores de quien nunca pudo más que estas visiones que emergen como ruinas. Del color del barro, una tarde me choqué con sus miradas que llenas de secretos no hacían más que horadar caminos en perfecta paz con las ausencias y las sombras. Como labios besaban levemente al abrirse y al cerrarse (mejor no recordarlo), demolían mi piel entre caricias y espasmos.
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