A Joel Lanzos le diagnosticaron Trastorno General del
Desarrollo cuando era apenas un niño. Desde hace cuatro años estudia en la Escuela Provincial
de Música de Rosario. Tiene 21 años, dibuja, canta y también toca el piano y la
guitarra eléctrica.
Foto: Juan José "Tatín" García |
Por Graciana Petrone
Joel Lanzos tiene 21 años, es delgado, más bien bajo y de
pelo corto, oscuro y lacio. Casi siempre viste pantalones de jeans a la moda y
anda con una mochila llena de cuadernos con dibujos de baterías y guitarras
eléctricas que él mismo hace. Es callado, pero si sonríe su cara se transforma
y se acentúan así sus rasgos de eterno niño. Le gustan el canto y los grupos de
heavy metal y tal vez por eso cuando se sienta frente al piano la primera
melodía que toca es Humo sobre el agua, de Deep Purple. Pero el caso del joven,
que desde 2010 estudia en la Escuela Provincial de Música y que a simple vista
puede parecerse al de cualquier otro muchacho de su edad, es paradigmático
dentro de la psicopedagogía y la paidopsiquiatría ya que a los ocho años le
diagnosticaron uno de los niveles más graves de Trastorno General del
Desarrollo (TGD) Espectro Autista.
Joel nació saludable, hermoso y rodeado de sus afectos, pero
a medida que pasaba el tiempo le costaba comunicarse con su entorno y era más
callado que los demás. Fiel a su instinto de madre Mariel Martí sintió que
“algo no andaba bien” y le planteó sus dudas al pediatra. El profesional le
respondió lo que muchos médicos suelen decir ante estas situaciones: “Cada uno
tiene su tiempo de madurez”. Así fue que, después de deambular por neurólogos,
fonoaudiólogos y psiquiatras, cuando cumplió ocho años le diagnosticaron
autismo. La noticia fue inesperada y dolorosa pero con el apoyo de su familia
–en especial de su mamá– cuando cumplió 18 ingresó a la escuela ubicada en
Santa Fe 1154, donde estudia canto, piano y guitarra eléctrica.
Como si todo eso fuera poco, después de clases se vuelve
solo en taxi a su casa. “Llegué bien”, dice apenas cruza la puerta para
tranquilizar a su madre.
El camino que realizó Joel fue arduo. Mariel recuerda que
cuando ingresó a la escuela de Música su hijo tuvo que hacer durante un mes una
adaptación similar a la que hacen los niños que asisten por primera vez al
jardín de infantes. “Yo lo esperaba en la puerta por si me necesitaban, pero no
tuvo problemas. Después, empezó a evolucionar y a evolucionar y pudo completar
los dos primeros niveles iniciales y otros dos intermedios en la escuela de
música”, relata orgullosa.
Cada paso que el joven da es un pequeño gran logro para él,
para su familia y también para los profesores que lo miman, lo contienen y lo
alientan para que siga adelante. Joel, además, es un joven muy dulce y aunque
su patología hace que le cueste entablar una conversación por iniciativa propia,
cuando entra en confianza puede contar acerca de lo que le gusta, de lo que
hace y también de sus sueños.
El lenguaje de la música
“Al principio había que buscarlo por todos los salones
porque no sabíamos dónde estaba, y después nos dimos cuenta de que él hace
siempre el mismo recorrido: de la clase se va a la sala de preceptores y de ahí
lo llevan al salón que corresponde”, relata Alicia Shapiro, vicedirectora de la Escuela Provincial
de Música, quien recibió a El Ciudadano con mucho entusiasmo para hablar de
Joel.
El cariño que todos sienten en la institución por el joven
es notorio, en especial por parte de Shapiro, quien además fue su profesora en
los primeros años. La mujer guarda en una carpeta muchos dibujos que el joven
hizo. Algunos son unos muy buenos bosquejos de baterías hechas a lápiz. También
hay escritos de canciones, símbolos del heavy metal y logos de propagandas que
seguramente ve por la televisión.
“Los chicos con autismo suelen tener la particularidad de
que no te sostienen la mirada o que no los podés tocar. Joel estuvo mucho
tiempo sin mirar a los ojos o hablando en tercera persona, pero en los años que
hace que viene a la escuela mejoró mucho en lo que es la comunicación. Mientras
espera los cambios de hora dibuja y busca en Youtube la música que le gusta.
Tiene siempre buen humor y hasta por ahí hace chistes”, dice.
Para la profesora, en casos como los del joven es importante
no sujetarse al diagnóstico médico. “Si te atás, eso te puede limitar desde el
lugar de la enseñanza y no te permite ver hasta dónde puede el niño explotar
sus capacidades de aprendizaje, lo que siempre plantea otras posibilidades”,
asegura. Además, explica que “la música es un área ideal para poder explorar
las habilidades de cada chico porque tiene esa cosa del ordenamiento temporal
que es distinto del lenguaje oral. El diálogo, la repetición, la imitación o la
pregunta y la respuesta, también musicalmente van por otro camino”.
Hasta dónde llegar
Desde su lugar de docente, Shapiro asegura que “cualquier
persona puede tocar un instrumento y cantar porque la música va por otros
canales que no son solamente los del lenguaje oral y escrito”. Agrega que en el
curso de Joel actualmente se dan conocimientos sobre teoría de la armonía en un
nivel muy alto y, aunque a veces el joven “se traba en algún punto”, siempre lo
logra resolver.
En la clase de coro su desempeño es impecable. Allí, el
muchacho integra con otros cinco compañeros el grupo de los bajos, los que
tienen el registro de voz más grave entre los varones. “Él es el mejor”, dice
entre señas y con complicidad la profesora Evangelina Gaido, mientras Joel
entona a la perfección el estribillo de una obra de Giuseppe Verdi.
“En general, tratamos de que si un alumno no ha podido
manejar los conocimientos básicos que se deben adquirir a lo largo de un año,
entonces lo deben repetir. Pero en el caso de Joel todo se da en forma pareja.
Hay cosas de la música que son muy abstractas y que tal vez le empiecen a
costar. Quizás ese será su techo…o no, porque uno nunca sabe, con cualquier
tipo de alumno, cuál va a ser su límite”, concluye Shapiro.
Combinan la ciencia y el amor
Cuando Joel Lanzos fue diagnosticado con autismo ingresó al
Centro Educativo Terapéutico Puente Symbolón donde su patología fue abordada
por un grupo interdisciplinario de profesionales.
Mariel Martí, la mamá de Joel, sintió que su hijo “dio un
vuelco” cuando toda la familia empezó a practicar el arte de Mahikari, una
práctica que propone el cruzamiento entre lo que uno hace –como llevarlo al
psicólogo o al médico– con lo espiritual. “Siento que hay un antes y un después de eso y se nota en
cómo él rinde en la escuela, en cómo avanzó en su vida y en las notas que trae
a casa. No tuvo más crisis, que incluso tomando la medicación solía tenerlas. A
veces se angustiaba por algo y se ponía a llorar. Hoy es un chico feliz”,
asegura.
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