Eduardo Rivello, referente de la Iglesia Evangélica de Funes Cristo Vive, entró por primera vez al penal de Coronda en 1986 para acompañar a los familiares de un recién detenido, quienes se acercaron para pedirle ayuda debido a la angustia que les provocaba la situación. Lo que nunca imaginó el líder religioso es que ese día sería el puntapié que daría inicio a una verdadera revolución social y espiritual intramuros que se conocería más tarde, en las cárceles de Argentina y otros países latinoamericanos, como el “pentecostalismo carcelario” que se basa, más allá de la prédica de la Biblia, en la no violencia entre los internos.
Hoy, el pastor asegura que desde 2001 el índice de muertes por enfrentamientos entre internos en el penal santafesino disminuyó en un 95 por ciento. Además, tienen presencia en al menos cinco seccionales de la ciudad, en Coronda, y también cuentan con más de un 85 por ciento de fieles sobre los 456 detenidos de la Alcaldía Mayor de Rosario, hecho que se define como otro de los logros de la Iglesia Evangélica.
El fenómeno pentecostal dentro de comisarías y penales logró lo que el Estado, a través del Servicio Penitenciario, no logró: la pacificación, el acatamiento de nuevas reglas de convivencia, el desarme de los reclusos y hasta el cumplimiento de horarios de cierre de los pabellones. Y hay más: algunas de las normas que deben respetar los internos para permanecer en los pabellones evangelistas son no drogarse o evitar mirar programas de televisión con los que puedan excitarse sexualmente.
Pero esa puja de poder sobre la conducta de los presos lleva a un análisis más complejo que la mera discusión de que si el Estado es ineficaz a la hora de mantener la buena convivencia dentro de las cárceles y, de hecho, el tema demandó arduos estudios académicos en los últimos quince años. Según explica el reconocido sociólogo Daniel Míguez: “El Estado opera sus mediaciones a través de agentes pero, por la estructura histórica de los penales mismos, los agentes penitenciarios regulan la vida en la cárcel en función de de sus intereses que no necesariamente trabajan en la pacificación, sino solamente para controlar, lo que en algunos casos va en dirección opuesta a la pacificación”.
Lo cierto es que los resultados del trabajo de los evangelizadores son funcionales al Servicio Penitenciario que a lo largo de la historia no ha podido encontrar la forma de cumplir con el mandato constitucional de ser lugares de reinserción social. “Hay una actitud que es la de mirar a las cárceles como un depósito de personas y no como un espacio de recuperación, lo que quedó muy lejos de las políticas públicas”, dice Diego Giuliano, actual concejal rosarino y ex delegado del Ministro de Gobierno, Justicia y Culto de la Provincia de Santa Fe en la zona sur, en ejercicio durante el período 2001 – 2003. Justamente, durante ese lapso fue que los evangelistas pasaron a tener una presencia formal en Coronda cuando el entonces titular de la cartera de Seguridad, Carlos Carranza, les concedió el pabellón Nº 8 a “Los Hermanitos”, a los que después se sumaron tres más.
En el mismo sentido Míguez analiza los resultados de pacificación entre internos que lograron los predicadores y considera que desde el Estado no han tenido y no tiene un saber específico para lograr que los penales cumplan con su trabajo de rehabilitación. Además, para el académico, los pentecostales operan de alguna manera “con la experiencia que acumularon fuera de las cárceles, lo que les dio un saber de cómo pueden rehabilitarse estas personas que están en situaciones desventajosas. Ellos (por los evangelizadores) lo aplican en muchos contextos pero es algo que no lo puede hacer cualquiera”.
Durante y después
A finales de los 80, cuando Rivello cruzó por primera vez las puertas del penal de Coronda, había 1600 presos cuando la capacidad del lugar es aproximadamente para la mitad de esa cifra. El pastor recuerda que empezó a ir una vez a la semana y consiguió que Asuntos Penitenciarios le diera un espacio para predicar la Biblia los sábados a la mañana. Así hizo durante un año y medio y asegura: “Se produjeron conversiones muy significativas, lo que llamó la atención a los directivos. En 2002 nos hicimos cargo del pabellón Nº 8 y nos fuimos creciendo y extendiendo”.
Con casi tres décadas de trabajo en Coronda, Rivello trabaja en la formación de líderes internos y dice que desde la Iglesia llevan adelante una de las tareas más difíciles que es la del seguimiento cuando los reclusos salen del penal. Uno de los logros que el pastor refiere con más orgullo es el caso de Daniel, un ex convicto que estuvo más de 20 años preso y hoy, ya en libertad, es su colaborador incondicional (ver aparte).
El equipo de voluntarios que coordina el líder religioso está formado por unas setenta personas que prácticamente visitan las cárceles todos los días. “Todos los viajes que hacemos sale todo de nuestro bolsillo, no tenemos apoyo del Estado ni de la Iglesia. Cada visitador lo hace con su dinero: viajes, material de estudio, biblias, ropa, artículos de higiene, pintura”, dice Rivello. Además, resalta que en algunas comisarías pusieron cerámicos y termotanques con el fin de mejorarles a los presos la calidad de vida. Lo mismo pasa en los pabellones evangélicos en Coronda, donde hay inodoros y otras comodidades que en los demás espacios del penal no hay.
“Hoy, cuando entra un interno nuevo en el penal la dirección nos llama para que los recibamos y evaluemos cuál es el lugar mas conveniente para evitar conflictos”, explica Rivello, aunque este supuesto poder que tienen los pastores evangélicos sobre el funcionamiento intramuros ha sido siempre tema de controversias.
Desde la dirección del Servicio Penitenciario aseguran que es el Estado el que pone las reglas dentro de las cárceles pero el discurso planteado desde las altas esferas del área, durante la última década es concluyente y similar: que el pentecotalismo carcelario no se debe analizar estrictamente dentro de los penales sino que es necesario abordarlo en el contexto histórico y social, “ya que de igual forma que está presente en las unidades, se ha expandido en toda la sociedad”.
Los discursos oficiales también coinciden en que los niveles de pacificación y convivencia en los pabellones evangelistas son muy buenos y reconocen que los internos que responden a ese culto no ocasionan peleas ni lesionados. No obstante, es preciso desmitificar al recluso como un ser que se cierra y rechaza la ayuda, por el contrario, según explica el antropólogo Alejandro Frigerio, el preso es una persona altamente receptiva de las propuestas externas “ya que le ofrecen una dimensión diferente de la realidad”. Quizá resida allí la línea más sensible en el abordaje de estas situaciones y que el pentecotalismo carcelario, a diferencia del Estado, ha sabido aprovechar.
Testimonio de Daniel, ex convicto y líder espiritual de Los Hermanitos
“Yo estuve 21 años presos en Coronda. Era adicto, había perdido a mi familia. Tenía cadena perpetua por diversos robos calificados y enfrentamientos armados con la policía. Tenía una pésima conducta adentro del penal. En el ’94 caí en el calabozo de castigo porque los guardias me secuestraron un sello de médico con el que fraguaba recetas para que los demás presos compraran pastillas para drogarse.
En el calabozo me di cuenta que había perdido todo, además de mi esposa y mis cinco hijos, la poca libertad que me quedaba para moverme dentro del penal. Sólo y alejado de todo pensé en cómo esos locos evangelistas cantaban y se reían y yo, que fumaba marihuana todo el día, no me podía reír. Entonces le pedí a Dios y le dije: ‘¡Si pudiste cambiar a estos locos, cambiáme a mí!’. Y fue rotundo porque al otro día no me dieron más ganas de drogarme ni de fumar. Me involucré con lo que hacía el pastor Eduardo Rivello y me cambió la vida.
En los demás, mi conversión hizo un efecto en cadena porque vieron mi cambio de actitud, los presos y hasta los mismos guardias no lo podían creer y empecé a hacer lo que no había hecho nunca: a estudiar, a orar. Así fuimos creciendo y cada vez se iba sumando más gente, la mentalidad cambió ahí adentro tanto que de 1998 al 2001 tuvimos solamente cuatro motines, lo que antes era cosa de todos los días. Antes un preso no podía hablar con un empleado del Servicio Penitenciario por temor a represalias pero entendimos que como máximos pecadores que éramos teníamos que ganarnos el respeto de los empleados.
Al lado del pastor Rivello fui como el líder del primer pabellón que nos dieron, el Nº 8, en donde en un principio hubo 94 internos. De afuera nos observaban y veían que podíamos convivir sin enfrentamientos. Después, yo mismo propuse que hiciéramos reuniones los sábados a la noche y nos juntábamos un grupo de diez o doce a cenar, nos preparábamos nosotros mismos la comida y era para que tuviéramos diálogo.
A los guardias les llamaba mucho la atención todo eso, y también que los jueves yo los hacía estudiar y así íbamos rescatando a los hombres de la peor conducta en el penal. Otra de las cosas que logramos es que se respetara el horario de cierre a la noche y a las 22.45 tenía que estar todo cerrado. Eso fue importante porque les demostramos a las autoridades que acatábamos las órdenes y eso hizo que nos dieran otro pabellón con 200 personas. Era el pabellón número seis, que como había sido destruido en el motín de 2005, lo tuvieron que hacer nuevo.
La madre de mis hijos me dejó en 1994, salí en marzo del año pasado después de estar 21 años preso en Coronda y me casé el 14 de febrero de este año con Marta Alicia, a quien conocí en una Iglesia. Desde que salí trabajo en la construcción y visito el penal para asistir a los presos. Todo esto me dignifica, es una oportunidad que me dio Dios y la aprovecho al máximo. Estoy disfrutando la vida. Quiero decir que todo aquel que se propone algo lo puede lograr. No es verdad que la sociedad nos margina, quizás puede ser alguna parte de la sociedad pero todo depende de uno y de la fe que uno tenga".
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